En 1999 la Institució Alfons el Magnànim editó un “libro de libros”, o el catálogo de su biblioteca (5.800 volúmenes) que él había donado en 1985, poco antes de morir, a la Diputación de Valencia, junto con su colección de obras de arte. Del prólogo, entresacamos: “descubrimos una pasión monográfica – nada menos que 19 fichas – por Miguel Hernández, pasión alimentada por la amistad con Manuel Molina y con la viuda del poeta”. Es verdad que si bien no encontraremos primeras o raras ediciones hernandianas, el poeta oriolano está bien representado entre sus libros. Repasando su admirable biblioteca, averiguamos de inmediato que estamos ante un hombre ilustrado, ante un erudito, ante alguien que cree firmemente en la vida, ante un hombre que miró al mundo con los ojos de la tolerancia, ante alguien que amó a los hombres libres, independientemente de que compartiera o no sus creencias, ante alguien que desafió la ignorancia en uno de los momentos más oscuros de nuestra historia más reciente. Tal vez por ello entendamos el círculo de sus amistades: Bergamín, Prados, Zambrano, Alberti, Cernuda, Bousoño, Celaya, Carmen Conde..., por sólo citar casos literarios.
jueves, 29 de noviembre de 2007
En la biblioteca de un ilustrado
miércoles, 14 de noviembre de 2007
Acuse de recibo
Abren con un buen artículo del profesor Jesucristo Riquelme, Invitación a la poesía. Miguelhernández: compromiso que no cesa (p. 3-5), una muestra más de su reiterado fervor y buen hacer hernandianos. Este texto es una ampliación del que ya apareciera en el semanario La Vega es (n. 149 del 24 de enero de 2003) con el título entonces de El espíritu hernandiano (I): Que en las venas de la tierra se escogió. Para hacerse una idea del tono, basten estas palabras escogidas: “... un ciudadano de humilde extracción con un deseo intuitivo e irrefrenable de ser escritor, y que, en apenas cinco años... pasa del anonimato a erigirse en prototipo de poeta del pueblo, todo un símbolo que identifica vida y poesía”. Tan sólo la literatura pudo justificar una vida tan desgraciada en sí misma. Miguel Hernández quiso ser poeta, él se sabía poeta (María Zambrano, ya lo advertía en su carta a Ramón Pérez Álvarez de 11 de enero de 1979: si Federico García Lorca es el símbolo del poeta asesinado, Miguel lo es del hombre que no podía ser sino poeta). Luego la vida, tan desatenta, no quiso acompañarle, viéndose obligado a considerar “la literatura como antídoto de la desesperación”. Si como el toro nació para el luto y el dolor, con su instinto acertó a dejarnos un puñado de poemas que, todavía hoy, nos maravillan y conmueven. Quien sabe sentir, sabe decir, dejó escrito Unamuno, y, ciertamente, el oriolano sintió y dijo.
En la página 6 se reproduce, y es lástima que sólo en parte, nuestra entrada del miércoles 19 de septiembre pasado que titulamos El lápiz rojo. Y decimos que es lástima, pues tiene poco sentido insertar solamente nuestra glosa y no lo que realmente importa, a saber, el texto de periodista Manuel Cerezales, que fuera tan enérgicamente censurado en su día y que permaneció inédito hasta ahora en que ha sido rescatado del Archivo de Juan Guerrero Zamora. Hubiera bastado con anotar un enlace directo con la dirección electrónica de estos jardines, para que el lector interesado pueda conocer y juzgar un documento casi perdido.
Por último, figuran referencias al oriolano en el artículo (páginas 16-19) "Ilustres damas españolas: “Centenario del nacimiento de Carmen Conde Abellán (1907-2007)”, escrito por Manuel-Roberto Leonís.
viernes, 2 de noviembre de 2007
Los sonetos taurinos de un arrebatado poeta
En nuestra rebusca, acabamos de adquirir en una librería de viejo y para nuestros fondos, la edición realizada por el poeta sevillano Rafael Montesinos (1920-2005), de su conocida y cuidada antología, POESÍA TAURINA CONTEMPORÁNEA (Barcelona : Editorial RM, 1960). En ella, y además de poemas de Manuel Machado, Fernando Villalón, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Rafael Morales, figuran unos pocos aunque escogidos de Miguel Hernández, entre las páginas 113-117. Se trata de los sonetos 14, 17, 23, 26 y 28 de El rayo que no cesa, y cuyos primeros versos son:
- Silencio de metal triste y sonoro
- El toro sabe al fin de la corrida
- Como el toro he nacido para el luto
- Por una senda van los hortelanos
- La muerte, toda llena de agujeros
La aparición de este bello libro fue, en su día, reseñada por Leopoldo de Luis para los Papeles de Son Armadans (año 7, tomo 25, n. 75 junio 1962, p. 338-340), anotando que para el poeta oriolano, el toro no fue otra cosa que el símbolo de un destino trágico, que él mismo llegó a identificar con su propio sino. Años después, este mismo crítico, en su artículo Miguel Hernández en julio de 1935: (El tema del toro) (Ínsula, n. 400-401, marzo-abril de 1980, p. 6) daba noticia de la consulta por él realizada en la Casona de Tudanca de los materiales hernandianos allí custodiados, concluyendo que los sonetos taurinos pudieron ser escritos durante el año 1935, coincidiendo con los trabajos relacionados con el tema, que Miguel Hernández realizaba entonces para José María de Cossío (debe recordarse la carta del 14 de julio de ese mismo año, del poeta a Cossío: Aquí me tiene usted rodeado de cuernos por todas partes).
Rafael Montesinos, poeta de estirpe becqueriana (para la misma editorial realizó, años más tarde, su indispensable Bécquer : biografía e imagen (Barcelona: RM, 1977), alentó durante años, y al amparo del Instituto de Cultura Hispánica, la Tertulia Literaria Hispanoamericana. Datos sobre su biografía pueden extraerse en el buen libro de Alberto Guallart, Rafael Montesinos: la memoria irreparable (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2007). En él hemos obtenido la fotografía que reproducimos y en cuyo pie se indica textualmente: Ante el nicho de Miguel Hernández. Alicante, 1959.
Merece la pena, hoy, rescatar del prólogo que escribiera para la Antología, las líneas que dedicó Montesinos a nuestro poeta, puede que las únicas (páginas 26-28):
Colofón genial y malogrado de la Generación del 27 es el arrebatado poeta Miguel Hernández. Allá en sus años niños, Miguel pastoreó el ganado paterno por los paisajes orcelitanos, y aquella directísima y auténtica comunión con la Naturaleza imprimió a su verso esa bronca personalidad, esa rudeza suya tan poética e inconfundible. Su mejor poesía es como un toro furioso que, desmandado e incontenible, se le escapa del pecho; un vendaval sonoro que nos gana desde el primer momento, arrastrándonos a las más insospechadas lejanías.
Que no se pierda esta voz, este acento, este aliento joven de España, dijo Juan Ramón Jiménez al enfrentarse con la poesía de Miguel Hernández. Y el eco de aquella voz –su espíritu humanísimo, más que su acento—perdura aún en las jóvenes generaciones de poetas. Es verdad, tanta humanidad trajo Miguel Hernández a la poesía de nuestro tiempo que hasta el toro llora humanamente por el hondón de su verso, olvidando que es toro y masculino.
Tempranamente tocó el gran poeta el tema del toro. Dos de sus primeros poemas se llaman precisamente Corrida Real y Citación fatal. Son unos poemas éstos donde la fiesta, descrita minuciosamente, está tratada desde el exterior, con tintas planas de cartel de toro, con pinceladas suaves y diluidas, lejos aún de esos colores fuertes y sombríos, de esos enérgicos golpes de espátula que iban a formar, con el tiempo, la personalidad arrolladora e inconfundible de Miguel Hernández.
Dada la rapidísima y prodigiosa formación del poeta, tanta es la distancia que media entre esos primerísimos versos suyos y los sonetos de El rayo que no cesa, que nos hemos atrevido a hermanarlos en las páginas de este libro.
No es necesario comentar los cinco geniales sonetos de Miguel Hernández que hemos seleccionado para nuestra antología. Desde el primero, esa prodigiosa estampa de toro encelado, cubriendo de amorosas y cálidas cornadas los trebolares tiernos, hasta el último, donde el poeta invita a la muerte –que acudió, vaya que si acudió—a pastar la trágica grama de su propio corazón, el lector podrá apreciar la gran fuerza de este extraordinario poeta español de sino trágico, tempranamente muerto cuando más se esperaba de su portentosa voz.
Para vaticinar su destino, Miguel Hernández quiso usar, como había hecho antes tantas veces, imágenes y alusiones taurinas:
De sangre en sangre vengo,
como el mar de ola en ola,
de color de amapola el alma tengo,
y amapola sin suerte es mi destino,
y llego de amapola en amapola
a dar en la cornada de mi sino
miércoles, 19 de septiembre de 2007
El lápiz rojo
El propio Guerrero, entre las páginas 1 a 10 de aquel polémico, malgré soi, libro que tituló “Proceso a Miguel Hernández: el sumario 21.001” (Madrid : Dossat, 1990), se vio en la obligación de realizar un relato-recuerdo de cuanto sucedió tras la publicación de sus dos primeros libros sobre el oriolano, a saber, su “Noticia sobre Miguel Hernández” (1951), y su “Miguel Hernández, poeta (1910-1942)” (1955), del que hoy nos interesa hablar: así fue que, estando ya en prensa por la imprenta del Instituto de Cultura Hispánica, esta edición se vio salpicada por una agria polémica (que algún día visitaremos, y en la que se vieron envueltos, entre otros, Jorge Vigón y Dionisio Ridruejo) a raíz de la aparición de la breve Noticia sobre Miguel Hernández. Fue la polvareda de tal envergadura que el ICH tuvo que negar, varias veces como Judas, que hubiera tenido el propósito de editar este libro. Se pudo leer, entonces, desde, “cualquier español identificado con el Movimiento nacional debe sentir repugnancia a lanzar ni anunciar siquiera un libro semejante”, hasta “¡aún tendremos que pedir perdón a Líster!”. Santiago Magariños, director de la editorial del ICH, al parecer, tuvo que exiliarse tras la que se organizó, no sin antes entregar a su autor el original único de aquella obra y un juego de pruebas de imprenta. Pasado el tiempo, quien había sido ministro de Justicia del gobierno de Franco y prologado aquel terrorífico “Causa general : la dominación roja en España”, Eduardo Aunós, hacía poco que regentaba la editorial Ediciones y Publicaciones, solicitando a Guerrero, para su colección El Grifón de Plata, este libro, firmándose el contrato de edición el 12 de abril de 1954. Tras un primer y obligatorio pase por la censura, fue prohibida su salida, siendo posteriormente Florentino Pérez Embid quien, con condiciones pactadas, autorizó que viera la luz el 20 de mayo de 1955. Nos dirá: “la recepción crítica fue, dicho sea sin vanidad, entusiasta. Pero sólo tuvieron tiempo de manifestarla Enrique Sordo en REVISTA y Antonio Valencia en ARRIBA. Un tercer análisis, no menos encomiástico y debido a la pluma de Manuel G. Cerezales, sólo pude conocerlo por las galeradas—del diario INFORMACIONES—que su autor me envió confirmándome lo que el fatídico lápiz rojo había escrito encabezando aquellas: NO AUTORIZADO...” Casi la totalidad de la edición tuvo que ser enviada por Aunós a las Américas para ser allí vendida y ante el inminente aviso de secuestro dictado por Juan Aparicio. Tal vez sea esta la razón de que en el catálogo de las Bibliotecas Públicas del Estado que ya contiene cerca de 9 millones de registros tan sólo figuren 8 ejemplares de este libro.
Hoy hemos querido alumbrar aquel texto de Manuel Cerezales (1909-2005), “no autorizado” por el lápiz rojo de la censura y que no pudo ser publicado por el madrileño INFORMACIONES. El texto llegó hasta Juan Guerrero con la siguiente nota:
“Manuel G. Cerezales saluda afectuosamente a Juan Guerrero Zamora y le envía las galeradas de un artículo—cuya publicación no fue autorizada—sobre el libro Miguel Hernández”
miércoles, 29 de agosto de 2007
Sonetos en la "Casa Cuna"
En este texto, y aunque cuesta creerlo, no se cita por ningún lado al editor literario de aquella recuperación, y que no era otro que el ya citado profesor Rovira, de forma y manera que la respuesta de éste no se hizo esperar: en los diarios La Verdad e Información de Alicante del día 30 de octubre, el mismo en el que se iba a celebrar la presentación del libro, aparecía su réplica titulada “Textos de Hernández: razones de una edición”, y en la que abiertamente mostraba su disconformidad con este tipo de celebraciones “rituales, ceremoniales, en las que algún político oficia de recuperador histórico de alguien al que, ya la cultura del antifranquismo, o la crítica literaria y, con ella, la historia esencial de la literatura, han recuperado suficientemente. Son parte de la propaganda electoral y rechazo su sentido”. Rovira, en consecuencia con estas palabras, no asistió al acto celebrado en el Hogar Provincial de Alicante aquel 30 de octubre de 1986 (76 aniversario del nacimiento de Miguel Hernández), a las 13 horas. Incluso se insistió esos días en el comentario de que hubo intentos de eliminar su nombre de la portada. Unos meses después, en su conferencia “De inéditos y otras ausencias hernandianas” (dentro del Homenaje a Miguel Hernández en el XLV aniversario de su muerte, celebrado en la Biblioteca Nacional de Madrid el 26 de marzo de 1987) volvía a insistir en ello:
“Quiero decir que Hernández tuvo una lectura apasionada durante muchos años, una lectura cuyo objetivo era la recuperación, en un ámbito social, de un poeta sobre el que pesaban todos los mecanismos de prohibición y silencio. Su vinculación histórica a la defensa de la República a lo largo de la guerra civil, su muerte en la cárcel en la primera posguerra, han sido elementos esenciales en la aproximación al poeta. En nuestra conciencia operaban de una forma determinante todos estos datos biográficos durante muchos años, condicionando la urgente aproximación a sus textos. El tiempo y el final de las circunstancias históricas que hicieron del poeta una referencia básica de nuestra cultura resistencial, ha planteado una exigencia nueva en relación a su lectura. Hernández es ya, afortunadamente cada vez más, un problema de la crítica y de la historia literaria, con lo que se va clarificando la dimensión de su obra, su ejemplaridad y su valor. La preocupación sobre la persistencia de apasionamientos que distorsionan la lectura, cuestión que tuve ocasión de señalar en un trabajo de hace diez años, se ve sucedida ahora por otra preocupación que pude indicar hace unos meses, cuando presentaron esta edición de inéditos al máximo nivel de presencias políticas, en un acto en Alicante: dije entonces, desde la prensa, puesto que no estaba presente en aquel festejo, que Hernández ya había sido recuperado suficientemente por la crítica literaria y la cultura del antifranquismo, que nadie por tanto tenía que rescatarlo de nuevo y que determinadas presentaciones son parte de la propaganda política y considero rechazable su sentido. E insisto de nuevo sobre ello porque ha llegado la hora de considerar al poeta un problema de la historia de la cultura. Creo, en cualquier caso, en los actos y adhesiones populares que su obra concita, porque fue su voluntad literaria escribir para el pueblo. Pero desconfío de otro tipo de aproximaciones oficiales ahora, que pueden distorsionar tanto como las antiguas persecuciones oficiales.”
De todos modos, en el texto (que merece ser leído) del ahora Presidente de la Fundación Pablo Iglesias, Alfonso Guerra, no escasean las referencias a la suerte de Miguel Hernández después de su muerte y a las circunstancias políticas que impidieron la edición de su obra, lo que explicaba, según él y de algún modo, que tantos años después continuaran existiendo inéditos del poeta. A partir de aquí, su escrito más parece un acomodo de las cuartillas que aquel día debió leer en su presentación, encontrando similitudes, letra por letra, entre lo que ahora se cuenta y las referencias que entrecomillaba la prensa en su referencia del acto. Su lectura de los sonetos es atinada, siguiendo la estela de los datos aportados en el prólogo por José Carlos Rovira (“Ingenuidad y belleza en los primeros sonetos”), y que él debió conocer con tiempo. Nos dice:
“Miguel, como tantos otros, fue víctima del odio cruel y fratricida. A sus treinta y dos años dejó una obra irrepetible y universal. Sus verdugos serán olvidados y despreciados por su pueblo, y Miguel seguirá vivo en sus versos cantando al huerto y a la higuera, a las aladas almas de las rosas, hablando a cada ser humano de compañero a compañero”
Tal vez convenga, por lo aquí relatado, extraer una lección, o si se quiere, un estrambote, ya que de sonetos hablamos: el único campo de batalla en el que se miden los poetas debería ser el de sus versos.
1.- Sobrecubierta del libro: Dejando atrás los vientos: memorias (1982-1991) / Alfonso Guerra. – Pozuelo de Alarcón (Madrid) : Espasa Calpe, 2006. – ISBN 84-670-2107-1
2.- Cubierta del libro: Veinticuatro sonetos inéditos / Miguel Hernández ; edición de José Carlos Rovira. – Alicante : Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1986. – ISBN 84-505-4066-6
3.- Recorte de prensa: Diario Información. – Alicante. – (Miércoles 29 de octubre de 1986) ; p. 40
jueves, 9 de agosto de 2007
Ciudadano TNT
Ahora, en su tierra, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha le rinde el homenaje debido, con una exposición en el Museo Municipal de Albacete “Tomás Navarro Tomás 1884-1979: El laberinto de la palabra”, en cuya versión virtual, podemos seguir, desde la narración de lo que pudiéramos considerar el principio de unas memorias, hasta el audiovisual ("Tomás Navarro Tomás, uno de los más leales") entresacado de la exposición “Biblioteca en guerra”. De otro lado, y en edición de Ramón Salaberría, se acaba de editar un libro-homenaje “Tomás Navarro Tomás: ciudadano TNT”, que recoge textos sobre su persona y su obra, a cargo de Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente, Federico de Onís, Cristina Calandre, Pablo Corbalán y Xesús Alonso Montero, así como algunos escritos del filólogo, poco o nada conocidos y relacionados con sus tareas de salvamento y protección del patrimonio bibliográfico. En uno de ellos, pone como ejemplo de buen hacer, los trabajos que realizó, con tantísima eficacia, el oriolano Justo García Soriano en nuestra ciudad.
En relación con Miguel Hernández, ya nunca sabremos cómo y cuando se conocieron, aunque es seguro que así fue. Algunas de las frases del texto que hoy hemos querido recuperar, así nos lo demuestran. Con toda probabilidad el encuentro se produjo durante la guerra civil, en el Madrid asediado o en la, algo más tranquila, Valencia. Ahora hemos sabido que Miguel Hernández, como comisario de Cultura, pudo poner en marcha un proyecto que había prometido al cubano Pablo de la Torriente, la creación de una Biblioteca para la Brigada a la que pertenecía. Su texto, “INAUGURACIÓN DE LA BIBLIOTECA”, no recogido en sus obras completas, fue publicado en el periódico AL ATAQUE: Órgano de la 1ª Brigada Móvil de Choque (año I, n. 5, del 6 de febrero de 1937, en su página primera): “Los libros, los que se han escrito y se escriben con el corazón,... piden a gritos ojos que los descifren, los comprendan y los respeten”, dijo en aquella alocución. Aunque Navarro Tomás se había trasladado a Valencia a finales de noviembre de 1937, no sería descabellado pensar que pudo asistir a dicha inauguración, que se produjo el 31 de enero de aquel año.
El texto, “Miguel Hernández. Poeta campesino en las trincheras”, fue publicado (junto con los poemas Recoged esta voz, Llamo a la juventud y El niño yuntero) por la revista valenciana NUEVA CULTURA (Año III, n. 1, marzo 1937), como anticipo del poemario hernandiano Viento del pueblo (editado en septiembre de 1937), en donde se incluiría como prólogo (Valencia : Socorro Rojo, 1937)
Publicó sus primeras poesías en un periódico local. En 1932 dio a conocer en un librito unas octavas reales nacidas bajo la fascinación del Polifemo, de Góngora. Cruz y Raya le publicó en 1934 un auto sacramental. En 1936 ha reunido una serie de sonetos en un nuevo librito titulado El rayo que no cesa. Tiene, además, una obra de teatro inédita, El labrador de más aire, drama manchego, en verso, en que, bajo la forma clásica, presenta un trozo de vida popular, campesina, con sus luchas y afanes modernos.
Al estallar la guerra, Miguel Hernández se inscribió en el 5º Regimiento. Primeramente trabajó en la construcción de fortificaciones. Después, destinado a Infantería, ha luchado como miliciano en la Brigada del “Campesino”. Sus últimas composiciones, poesía de guerra, escritas en el campo, en las trincheras, ante el enemigo, han aparecido en el periódico de milicianos Al Ataque, y se han reproducido en numerosos periódicos murales. En muchos casos, sus recitaciones exaltando los ánimos de sus camaradas han hecho vibrar los campos con aplausos enardecidos.
Sus veinticinco años cargados de experiencia, fecundados con las enseñanzas de la vida pobre, áspera y difícil, han madurado su figura varonil y su alma de pastor, poeta y miliciano. Siente con amplitud y profundidad la tragedia de España, el sacrificio del pueblo y la misión de la juventud. Sirve a su pueblo como poeta y como soldado. Su espíritu, encendido en un puro ideal de justicia y libertad, se vierte generosamente en sus composiciones poéticas y en su vida militar. El caudal de sus sentimientos lucha con la dificultad de la palabra y del verso, sin encontrar siempre la forma de expresión justa y adecuada. Se percibe la pugna interna entre el ímpetu de una vigorosa inspiración y la resistencia de un instrumento expresivo insuficientemente dominado. Pero esta misma forma, labrada con visible esfuerzo y tenacidad, contribuye en cambio a reforzar la impresión de honda y cálida sinceridad emocional que sus composiciones reflejan.
En el efecto de sus recitaciones, las cualidades de su estilo hallan perfecto complemento en las firmes inflexiones de su voz, en su cara curtida por el aire y el sol, en su traje de recia pana, en su justillo de velluda piel de cordero y hasta en el carácter de su dicción, fuertemente marcada con el sello fonético del acento regional. Sus ademanes son sobrios y contenidos y su expresión enérgica, grave y concentrada. Hay una ardiente exaltación en el recogimiento de su gesto y en la fijeza e intensidad de su mirada. No es de extrañar que, como él mismo dice, su espíritu se sienta más compenetrado con el aliento de los campos de Castilla que con el de los huertos levantinos. La dignidad del tono, del ritmo y del concepto, hacen revivir en sus labios en muchos pasajes las resonancias épicas del Romancero."
“Es preferible hablar una lengua humildemente bien, que orgullosamente mal”, nos dejó dicho este hombre ejemplar.
Procedencia de las imágenes:
1.- Fotografía de Tomás Navarro Tomás: entresacada del Archivo gráfico de la Revista Triunfo, donado a nuestra Biblioteca por quien fuera su director, José Ángel Ezcurra. Fue incluida en el artículo de Andrés Amorós, publicado en el n. 870 (29 de septiembre 1979, en su página 44), al poco tiempo de su muerte.
2.- Cubierta del libro-homenaje editado por la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en este mismo año (ISBN 978-84-7788-460-6)
martes, 31 de julio de 2007
Junto al ciprés máximo y otros asuntos
Reseñamos el número 14 (verano del 2007) de la revista El Eco Hernandiano, que publica en Orihuela la Fundación Cultural Miguel Hernández, y que dirige con acierto Aitor Larrabide. Esta revista que, en formato papel, se viene editando desde el otoño del 2003, ciertamente ha ganado calidad en sus últimas entregas, de un lado por el prestigio de sus colaboradores y de otro por el interés que observamos en sus artículos. De manera que, podemos ya considerarla como la hermana mayor de su homónima revista digital en la web, que queda así y de algún modo, como el altavoz de las actividades formativas de los Talleres de Empleo que gestiona esta institución.
Entre las páginas 2-5, el profesor sevillano Pablo del Barco rescata en facsímil una carta dirigida por el periodista Antonio de Lezama al poeta Manuel Machado, pidiéndole su intermediación y ayuda para con Miguel Hernández que acababa de ser condenado a muerte. La carta, fechada en la Embajada de Chile en Madrid el 25 de enero de 1940, fue uno de tantos intentos como sabemos se realizaron en aquellos momentos para tratar de aliviar o remediar la crueldad y dureza con la que la represora justicia franquista había tratado el caso del poeta oriolano. Como es sabido, en la revista LUNA (número 10, noche del 28 al 29 de enero de 1940), sus redactores y asilados en la embajada chilena habían insertado la siguiente nota (reedición facsímil, Madrid: Edaf, 2000):
Miguel Hernández condenado a muerte
Miguel Hernández, amigo y compañero nuestro, ha sido condenado a muerte, en virtud de sentencia desproporcionada a la magnitud de su conducta. No hemos sido nosotros los únicos afectados profundamente por la noticia. Hombres que se agrupan en campos diversos, todos bajo las banderas de Franco, se han sentido sobrecogidos ante la amenaza que pesa sobre Miguel Hernández. No han dudado en unirse en común gestión para salvar la vida del poeta. El mismo impulso los ha lanzado a la humana labor, movilizados todos por un espíritu sensible que sabe recoger los lamentos delos que sufren. Ignoramos el resultado que estas gestiones darán. Mientras, seguiremos dominados por la inquietud, que sólo desaparecerá cuando llegue a nosotros la nueva feliz de la conmutación de pena, esos treinta años tan deseados hoy por muchos de nuestros condenados, treinta años, toda una vida, pero una vida que queda
El contenido textual de la carta ya lo conocíamos por haberlo insertado en 1969 Manuel Molina en su libro “Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela” (p. 71-74, Málaga : Publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce) y, posteriormente, ser recogido por María de Gracia Ifach en las páginas 271-272 de su biografía “Miguel Hernández, rayo que no cesa” (1975). No obstante, es un buen acompañamiento gráfico del relato biográfico que se realiza de Antonio de Lezama, personaje poco conocido, además de mostrar, una vez más, la rapidez con la que se actuó en aquellos días (José María Alfaro, Rafael Sánchez Mazas, José María de Cossío, y, tal vez como se ve, Manuel Machado, entre otros) hasta conseguir que la pena de muerte fuera de inmediato conmutada por la de 30 años de reclusión. Se dice que Franco no quiso cargar sobre sus espaldas con un segundo poeta asesinado, por la repercusión internacional que ello le hubiera acarreado.
Entre las p. 6-12, el dramaturgo cubano Amado del Pino realiza un interesante estudio del drama “Pastor de la muerte”, entretejiendo con paciencia los materiales biográficos que ha consultado y la crítica teatral que él tan bien conoce. De este mismo autor recordamos su buen trabajo (escrito en colaboración con Tania Cordero) “Los amigos cubanos de Miguel Hernández” y que fue publicado en la revista cubana La Jiribilla.
En la p. 13 se edita de Gabriel Sijé (Justino Marín Gutiérrez), una prosa poética en homenaje a Miguel Hernández que, según se nos dice, ha sido recuperada del archivo familiar del médico José María Franco Martínez. Es una verdadera lástima que al hallazgo de este inédito, no nos corresponda la suerte de haber podido contemplar al natural el hermoso retrato al óleo que se reproduce, obra del pintor Eduardo Vicente, titulado “El último romántico” y propiedad, asimismo, de esta familia. La estancia oriolana del pintor ha sido contada en varias ocasiones por el abogado Antonio García-Molina Martínez, compañero y guía de aquellos días (diario Información, 26 mayo 1968, y Revista del I.D.E.A., enero-abril 1976): sabemos que
llegó a Orihuela en el verano de 1942 tras el encargo realizado por el clérigo Luis Almarcha de realizar un cuadro de grandes dimensiones para la catedral. Este retrato, debió realizarse en aquel verano, así como, tal vez, el magnífico retrato de Miguel Hernández que hemos visto reproducido en varias ocasiones y cuyo paradero desconocemos.
La foto que aquí se reproduce fue realizada en el campo de La Matanza, aquel verano, y en ella aparecen (de izquierda a derecha) Eduardo Vicente, Antonio García-Molina, Gabriel Sijé y José María Franco. Atando cabos, sabemos que Gabriel Sijé escribió una carta a Ramón Pérez Álvarez (29 de abril de 1942, publicada en Batarro, n. 8-10, enero-diciembre 1992 ) en la que le contaba:
El domingo en Oleza le tributamos un sencillo homenaje: junto al ciprés máximo que besa con su sombra la anchura de nuestro río, hemos llorado a Miguel. Hemos leído cosas suyas uncidos de su emoción y uncidos de naturaleza, rezando sin palabras por él con sólo mirar al cielo. Después, cosas nuestras sobre él: Fantucci, el poeta Dictinio del Castillo, Carlos, Antoñito y yo. Por último un ramo de laurel junto al ciprés, para que ese ciprés máximo glorifique y llore al poeta y se eleve como un monumento sencillo sobre los azules de Oleza
De manera que casi con toda probabilidad, el texto que se reproduce en El Eco Hernandiano debe ser el mismo que fue leído por Gabriel Sijé en aquel emotivo acto de hace 65 años el domingo 26 de abril de 1942, y que regaló al médico oriolano tras la lectura.
Entre las p. 14-17, un artículo de Juan Carlos Martínez Ortega recupera la faceta de Miguel Hernández como empleado en las notarías oriolanas de José María Quílez Sanz y de Luis Maseres Muñoz. Reseña ésta que ya conocíamos por haberse publicado con anterioridad en la Revista INTER NOS, que edita en Madrid la Federación Estatal de Asociaciones Profesionales de Empleados de Notarías (número 39, abril-junio 2007, p. 37-40), junto al artículo de Aitor Larrabide, “Miguel Hernández: algunas certezas e incertidumbres en torno a su biografía”, p. 30-36.
Se cierra este número con la trascripción de una entrevista a Vicente Aleixandre (1981) para Radio Nacional de España, realizada por Fernando G. Delgado, y que posteriormente sería recogida en la cara B del disco “Homenaje Nacional a Vicente Aleixandre” (Madrid : RNE, 1985). La entrevista ya fue dada a conocer por el hispanista italiano Gabriele Morelli en su ponencia ante el Primer Congreso Internacional Miguel Hernández (1992, p. 95-96)
lunes, 9 de julio de 2007
La Antología de González-Ruano
En esta antología, y entre las páginas 653-[655], figura el poeta oriolano, junto a los nombres de José Antonio Muñoz Rojas, Leopoldo Panero, Germán Bleiberg, Juan Gil-Albert, Luis Rosales, Ramón Gaya y Arturo Serrano Plaja, lo que supone que no andaba muy desencaminado Ruano, al incluirlo en lo que luego se conoció como Generación de 1936. Tras la breve pero sustanciosa nota introductoria, recogió Ruano de Miguel Hernández tan sólo 2 poemas: “El sudor”, perteneciente a Viento del pueblo (Valencia : Ediciones Socorro Rojo, 1937), así como un fragmento de El labrador de más aire (Valencia : Editorial Nuestro Pueblo, 1937), en concreto los versos finales de Encarnación a Juan, pertenecientes al acto tercero, cuadro tercero, escena III. Recuperamos la nota introductoria de Ruano sobre Hernández. Es poco o nada conocida y en sí misma, pese a su brevedad y aún con algunos errores que se deslizan, contiene agudas observaciones del maestro de periodistas sobre el poeta oriolano:
martes, 3 de julio de 2007
Sobre Vicente Aleixandre, y otros asuntos hernandianos
En lo relativo a Miguel Hernández, que al fin y al cabo es lo que nos interesa, debemos reseñar que el número se abre, en sus páginas 3-5, con un breve pero atinado artículo del propio Ramón Fernández Palmeral, titulado “Vicente Aleixandre en el XXX aniversario de la concesión del Premio Nóbel de Literatura. Vicente visitó Alicante”. Acierta el autor, al facilitarnos la fecha exacta del homenaje dado a Vicente Aleixandre con motivo de la aparición de su libro La destrucción o el amor, y que se celebró, en efecto, en Madrid el sábado 4 de mayo de 1935. En el 2004, la sevillana Fundación El Monte editó en bellísimo facsímil, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca (Madrid, 1935), a partir del ejemplar regalado por éste, e iluminado con dibujos a color realizados expresamente por el pintor José Caballero, a Joaquín Romero Murube. Los editores literarios, Jacobo Cortines y Juan Lamillar recogieron en un apéndice, y entre otros documentos la, hasta la fecha desconocida, tarjeta de invitación al acto, que, regalo de Federico, Romero Murube guardó junto a su maravilloso y único ejemplar. Tarjeta que, con anotaciones y dibujos manuscritos, fue enviada por los comensales a García Lorca, uno de los promotores del homenaje. Reproducimos aquí, el anverso y reverso, de la tarjeta:
Un segundo artículo de la revista (entre las páginas 6 a 10), repasa, de forma exhaustiva, la ya amplia trayectoria hernandiana del profesor Jesucristo Riquelme Pomares, recogiéndose en listado cronológico, sus trabajos relacionados con el poeta y editados entre 1981 y 2007.
Por último, y entre las páginas 11 a 14, se incluye el artículo del profesor ecuatoriano afincado en Nueva York Petronio Rafael Cevallos y titulado “Miguel Hernández o la pasión como subversión”, que ya conocíamos por haberse editado en el número 17 (enero-marzo de 2001) de la revista mexicana Argos, de la Universidad de Guadalajara, revista en la que ya anteriormente había aparecido el artículo “Miguel Hernández: de cómo la escritura se vuelve humana”, de Mario Antonio Calderón (Argos, número 6, abril-junio 1998).
lunes, 2 de julio de 2007
Miguel Hernández para niños y niñas... y otros seres curiosos
viernes, 29 de junio de 2007
Un poema
En la nota final que sobre este poema aparece incluida en las obras completas, se nos indica que Miguel Hernández lo envió, para su hijo, en una carta dirigida a su mujer desde el Penal de Ocaña, realizando además el dibujo alusivo que aquí copiamos. Se publicó, por vez primera, en el número 9 (mayo 1946) de la revista vallisoletana Halcón, aunque con el título “A la niña Rosa María” y con algunas significativas variantes. Nosotros copiamos la versión facilitada en las Obras completas de Miguel Hernández, aunque nos hemos permitido modificar el verso 7, para dotarlo de un sentido que, consideramos le falta (así, Camarón cantaba "el agua no le divierte"). La coplilla dice así:
El pez más viejo del río