jueves, 29 de noviembre de 2007

En la biblioteca de un ilustrado

Apenas sabíamos de la vida y milagros del Padre Alfons Roig (Bétera 1903-Gandía 1987) hasta que ahora nos han sido desvelados en su totalidad, a través del estupendo catálogo-documenta Alfons Roig (1903-1987) : una vida dedicada a l'art, que no es otra cosa que el recuerdo de la exposición celebrada en el Colegio Mayor Rector Peset de Valencia entre el 15 de junio y el 31 de agosto de este año, organizada por el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MUVIM) y comisariada por el crítico de arte Juan Manuel Bonet.

El hecho de que María Zambrano le dedicara su artículo-homenaje Presencia de Miguel Hernández (El País-Arte y Pensamiento, domingo 9 de julio de 1978, p. VI-VII) fue lo suficientemente expresivo en sí mismo, como para darnos a entender que su relación con el mundo hernandiano no era una cuestión baladí: “Para don Alfonso Roig, que admirablemente, en tiempos de impenetrable oscuridad, derramó palabras verdaderas con la obstinación del agua”. En su Archivo, figura una carta de María Zambrano, de 13 de noviembre de 1974, en la que podemos leer: “Ya sé que Andreu le llevó los librillos míos que le di y también Hora de España XXIII y que no olvidaría las cuartillas que hice sobre Miguel Hernández. Como verá, no puedo salirme de la experiencia personal, no puedo rebasar el testimonio. No he podido escribir nada sobre su poesía porque él, Miguel Hernández en persona, se me presenta. Un ser de pureza y de amor que, de no haber recibido el mandato de la poesía, apenas habría hablado; no opinaba ni emitía juicios. Ahora, sí, cuando emitía alguno, a veces con una cancioncilla o una risita, resultaba justísimo...” Y en otra, de 12 de enero de 1978, le dice: “Malas noticias del mundo editorial español. Dejé de recibir la Revista de Occidente y al darme cuenta escribí unas líneas a Ortega Spottorno, preguntándole cuando aparecería lo de Miguel Hernández, a ti dedicado. No he tenido hasta ahora contestación suya, pero sí una carta de la Administración notificando a los suscriptores que la revista será trimestral y que en enero saldrá. Si en este número no viene, escribiré a Ortega diciéndole que lo enviaré a otra publicación, que pienso será Ínsula...” Como queda dicho, este texto suyo aparecería por fín en el Diario El País.

En 1999 la Institució Alfons el Magnànim editó un “libro de libros”, o el catálogo de su biblioteca (5.800 volúmenes) que él había donado en 1985, poco antes de morir, a la Diputación de Valencia, junto con su colección de obras de arte. Del prólogo, entresacamos: “descubrimos una pasión monográfica – nada menos que 19 fichas – por Miguel Hernández, pasión alimentada por la amistad con Manuel Molina y con la viuda del poeta”. Es verdad que si bien no encontraremos primeras o raras ediciones hernandianas, el poeta oriolano está bien representado entre sus libros. Repasando su admirable biblioteca, averiguamos de inmediato que estamos ante un hombre ilustrado, ante un erudito, ante alguien que cree firmemente en la vida, ante un hombre que miró al mundo con los ojos de la tolerancia, ante alguien que amó a los hombres libres, independientemente de que compartiera o no sus creencias, ante alguien que desafió la ignorancia en uno de los momentos más oscuros de nuestra historia más reciente. Tal vez por ello entendamos el círculo de sus amistades: Bergamín, Prados, Zambrano, Alberti, Cernuda, Bousoño, Celaya, Carmen Conde..., por sólo citar casos literarios.






Hemos tenido, asímismo, acceso al catálogo titulado Alfons Roig i els seus amics, editado por la Diputación de Valencia en 1988, en el que figura parte de su correspondencia con Vicente Aleixandre, José Luis Cano, María Zambrano, Emilio Prados, Josefina Manresa y Carlos Fenoll. En muchas de ellas, las referencias a Miguel Hernández son constantes, y en alguna, tema monográfico. Así, por ejemplo, copiamos parte de la carta que le escribió desde Barcelona, el 13 de junio de 1968, Carlos Fenoll: “... Efectivamente, padre: nuestro maravilloso hermano y poeta Manolo Molina me habló de usted cuando le visité en Alicante el pasado mes de abril, por cierto, con mucho entusiasmo y gran admiración por su persona, por lo que a mí me hubiera gustado extraordinariamente haber podido saludarle en aquella ocasión, pues ya sabe que hasta coincidimos en Orihuela sin enterarnos de ello... Sinceramente, me ha conmovido su asombrada emoción, porque es profundamente reveladora de su amor apasionado por todo lo noble, auténtico, no falseado de la vida; amor, en este caso, centrado en la limpia y ardiente humanidad de Miguel Hernández, y en su obra, fiel reflejo de ella; en nuestros Sijés, de tan fina inteligencia, de tan exquisita, casi dolorosa sensibilidad, y, en definitiva, en todos los que contribuimos a crear con nuestro fabuloso entusiasmo – tan fabuloso como nuestra pobreza material – aquel ambiente de pasión literaria en Orihuela, que había de tener tan formidable consecuencia en la historia de la literatura española, y en la historia literaria universal, dándoles un genio de la poesía; y dándole al conocimiento también universal, la revelación, la medida exacta de lo que es un verdadero hombre libre; profunda, dramáticamente libre, libre hasta la muerte: Miguel. Nuestro Miguelillo. El es nuestro dolor, nuestro amor, nuestra gloria. Sí, su gloria nos es familiar como un pan compartido, que él comparte con sus hermanos; lo mismo que lo fue su corazón...” En este mismo libro, figura, (en la p. 21), un texto del poeta Manuel Molina, El profesor Alfonso Roig y el poeta Miguel Hernández, que aquí reproducimos por su interés y remate a estos escasos, aunque escogidos datos de quien sin duda fue un hombre admirable



miércoles, 14 de noviembre de 2007

Acuse de recibo

Aún a riesgo de que este blog pueda llegar a parecerse al Negociado de los Bombos Mutuos (o el lugar de los comentarios recíprocos), debemos reseñar y dar cuenta de la última salida en papel de la revista Perito (Literario-Artístico) (número 18, noviembre 2007) recibida de las siempre generosas manos de su director y coordinador, Ramón Fernández Palmeral, anotando que, como sus anteriores números, éste puede también leerse, en su versión digital, en el sitio web de la revista.
Abren con un buen artículo del profesor Jesucristo Riquelme, Invitación a la poesía. Miguelhernández: compromiso que no cesa (p. 3-5), una muestra más de su reiterado fervor y buen hacer hernandianos. Este texto es una ampliación del que ya apareciera en el semanario La Vega es (n. 149 del 24 de enero de 2003) con el título entonces de El espíritu hernandiano (I): Que en las venas de la tierra se escogió. Para hacerse una idea del tono, basten estas palabras escogidas: “... un ciudadano de humilde extracción con un deseo intuitivo e irrefrenable de ser escritor, y que, en apenas cinco años... pasa del anonimato a erigirse en prototipo de poeta del pueblo, todo un símbolo que identifica vida y poesía”. Tan sólo la literatura pudo justificar una vida tan desgraciada en sí misma. Miguel Hernández quiso ser poeta, él se sabía poeta (María Zambrano, ya lo advertía en su carta a Ramón Pérez Álvarez de 11 de enero de 1979: si Federico García Lorca es el símbolo del poeta asesinado, Miguel lo es del hombre que no podía ser sino poeta). Luego la vida, tan desatenta, no quiso acompañarle, viéndose obligado a considerar “la literatura como antídoto de la desesperación”. Si como el toro nació para el luto y el dolor, con su instinto acertó a dejarnos un puñado de poemas que, todavía hoy, nos maravillan y conmueven. Quien sabe sentir, sabe decir, dejó escrito Unamuno, y, ciertamente, el oriolano sintió y dijo.
En la página 6 se reproduce, y es lástima que sólo en parte, nuestra entrada del miércoles 19 de septiembre pasado que titulamos El lápiz rojo. Y decimos que es lástima, pues tiene poco sentido insertar solamente nuestra glosa y no lo que realmente importa, a saber, el texto de periodista Manuel Cerezales, que fuera tan enérgicamente censurado en su día y que permaneció inédito hasta ahora en que ha sido rescatado del Archivo de Juan Guerrero Zamora. Hubiera bastado con anotar un enlace directo con la dirección electrónica de estos jardines, para que el lector interesado pueda conocer y juzgar un documento casi perdido.

A continuación, y entre las páginas 7-10, figura un artículo del propio Fernández Palmeral, Miguel Hernández en Juan Rejano, del que debemos, empleando aquello que se conoce como fuego amigo, anotar algunas imprecisiones, como por ejemplo que no son de Rejano los libros que se le atribuyen, Poesías de la guerra (1937) y Héroes del sur (1938), sino de Pedro Garfias, aunque de todos modos, y ya en el exilio, Garfias recogió su voz más comprometida en un nuevo libro que tituló Poesías de la guerra española (México : Ediciones Minerva, 1941), con prólogo, esta vez sí, de Juan Rejano, fechado en julio de 1941 y titulado Memoria de una poesía (p. 5-13) y viñeta en la cubierta de Miguel Prieto (este libro puede visitarse en la web del Centro Asturiano de México). Asimismo, publicó Garfias en México un breve libro titulado Elegía a la presa de Dniesprostroi (Ediciones Diálogo, 1943) que contenía 4 cantos: Oda a Stalingrado, A la muerte de José Díaz, Canto a Stalin, y el que daba título al libro. Así también nos parece que queda corto nuestro buen amigo Fernández Palmeral cuando menciona, sólo de pasada, que Rejano dirigió durante diez años la Revista Mexicana de Cultura. En 1947 se le encargó crear y dirigir esta revista, que no fue otra cosa que el suplemento dominical de cultura del periódico El Nacional, y que él, efectivamente dirigió con acierto entre 1947 y 1957, pero también desde 1969 hasta 1975, un año antes de su muerte. En él fue publicando su conocida sección CUADERNILLO DE SEÑALES, en la que dedicó, que sepamos, dos entregas a Miguel Hernández (el 27 de octubre 1942 y el 14 de diciembre 1952), que en su día recibimos para nuestra sección desde el Archivo Central del P.C.E y desde la Fundación Juan Rejano, en donde le homenajearon con una exposición de la que nos queda el magnífico catálogo Juan Rejano: memoria de un exilio (Ayuntamiento de Puente Genil, 2000), con acertadísimo texto de María Teresa Hernández Fernández, tal vez quien mejor conoce entre nosotros de su vida y obra. En cuanto al poema dedicado por Juan Rejano a la muerte de Miguel Hernández y que se reproduce en la revista, tan sólo indicar que, previamente a su inclusión en el Libro de los Homenajes (México: U.N.A.M., 1961) había aparecido en la revista editada en México por los exiliados afines al Partido Comunista de España (entre otros, Miguel Prieto, José Renau, Wenceslao Roces, Luisa Carnés, Pedro Garfias, Juan Rejano, Adolfo Sánchez Vázquez), y dirigida por Juan Vicens, Nuestro Tiempo: revista española de Cultura (año I, número 1, julio 1949, páginas 48-50). Algún día debemos conseguir una copia de la cinta que, procedente del Archivo Histórico de Radio España Independiente, fue entregada en los 80 en el Archivo Central del P.C.E.: en ella y precedida de unas palabras de Juan Rejano figura la voz de Miguel Hernández recitando la Canción del esposo soldado.
Bajo el epígrafe Hernandianos, y entre las páginas 11-13 figura la bibliografía dedicada a Miguel Hernández por el profesor Juan Cano Ballesta. Toda una vida.
Por último, figuran referencias al oriolano en el artículo (páginas 16-19) "Ilustres damas españolas: “Centenario del nacimiento de Carmen Conde Abellán (1907-2007)”, escrito por Manuel-Roberto Leonís.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Los sonetos taurinos de un arrebatado poeta


En nuestra rebusca, acabamos de adquirir en una librería de viejo y para nuestros fondos, la edición realizada por el poeta sevillano Rafael Montesinos (1920-2005), de su conocida y cuidada antología, POESÍA TAURINA CONTEMPORÁNEA (Barcelona : Editorial RM, 1960). En ella, y además de poemas de Manuel Machado, Fernando Villalón, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Rafael Morales, figuran unos pocos aunque escogidos de Miguel Hernández, entre las páginas 113-117. Se trata de los sonetos 14, 17, 23, 26 y 28 de El rayo que no cesa, y cuyos primeros versos son:

- Silencio de metal triste y sonoro
- El toro sabe al fin de la corrida
- Como el toro he nacido para el luto
- Por una senda van los hortelanos
- La muerte, toda llena de agujeros

La aparición de este bello libro fue, en su día, reseñada por Leopoldo de Luis para los Papeles de Son Armadans (año 7, tomo 25, n. 75 junio 1962, p. 338-340), anotando que para el poeta oriolano, el toro no fue otra cosa que el símbolo de un destino trágico, que él mismo llegó a identificar con su propio sino. Años después, este mismo crítico, en su artículo Miguel Hernández en julio de 1935: (El tema del toro) (Ínsula, n. 400-401, marzo-abril de 1980, p. 6) daba noticia de la consulta por él realizada en la Casona de Tudanca de los materiales hernandianos allí custodiados, concluyendo que los sonetos taurinos pudieron ser escritos durante el año 1935, coincidiendo con los trabajos relacionados con el tema, que Miguel Hernández realizaba entonces para José María de Cossío (debe recordarse la carta del 14 de julio de ese mismo año, del poeta a Cossío: Aquí me tiene usted rodeado de cuernos por todas partes).

Rafael Montesinos, poeta de estirpe becqueriana (para la misma editorial realizó, años más tarde, su indispensable Bécquer : biografía e imagen (Barcelona: RM, 1977), alentó durante años, y al amparo del Instituto de Cultura Hispánica, la Tertulia Literaria Hispanoamericana. Datos sobre su biografía pueden extraerse en el buen libro de Alberto Guallart, Rafael Montesinos: la memoria irreparable (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2007). En él hemos obtenido la fotografía que reproducimos y en cuyo pie se indica textualmente: Ante el nicho de Miguel Hernández. Alicante, 1959.

Merece la pena, hoy, rescatar del prólogo que escribiera para la Antología, las líneas que dedicó Montesinos a nuestro poeta, puede que las únicas (páginas 26-28):


Colofón genial y malogrado de la Generación del 27 es el arrebatado poeta Miguel Hernández. Allá en sus años niños, Miguel pastoreó el ganado paterno por los paisajes orcelitanos, y aquella directísima y auténtica comunión con la Naturaleza imprimió a su verso esa bronca personalidad, esa rudeza suya tan poética e inconfundible. Su mejor poesía es como un toro furioso que, desmandado e incontenible, se le escapa del pecho; un vendaval sonoro que nos gana desde el primer momento, arrastrándonos a las más insospechadas lejanías.
Que no se pierda esta voz, este acento, este aliento joven de España, dijo Juan Ramón Jiménez al enfrentarse con la poesía de Miguel Hernández. Y el eco de aquella voz –su espíritu humanísimo, más que su acento—perdura aún en las jóvenes generaciones de poetas. Es verdad, tanta humanidad trajo Miguel Hernández a la poesía de nuestro tiempo que hasta el toro llora humanamente por el hondón de su verso, olvidando que es toro y masculino.
Tempranamente tocó el gran poeta el tema del toro. Dos de sus primeros poemas se llaman precisamente Corrida Real y Citación fatal. Son unos poemas éstos donde la fiesta, descrita minuciosamente, está tratada desde el exterior, con tintas planas de cartel de toro, con pinceladas suaves y diluidas, lejos aún de esos colores fuertes y sombríos, de esos enérgicos golpes de espátula que iban a formar, con el tiempo, la personalidad arrolladora e inconfundible de Miguel Hernández.
Dada la rapidísima y prodigiosa formación del poeta, tanta es la distancia que media entre esos primerísimos versos suyos y los sonetos de El rayo que no cesa, que nos hemos atrevido a hermanarlos en las páginas de este libro.
No es necesario comentar los cinco geniales sonetos de Miguel Hernández que hemos seleccionado para nuestra antología. Desde el primero, esa prodigiosa estampa de toro encelado, cubriendo de amorosas y cálidas cornadas los trebolares tiernos, hasta el último, donde el poeta invita a la muerte –que acudió, vaya que si acudió—a pastar la trágica grama de su propio corazón, el lector podrá apreciar la gran fuerza de este extraordinario poeta español de sino trágico, tempranamente muerto cuando más se esperaba de su portentosa voz.
Para vaticinar su destino, Miguel Hernández quiso usar, como había hecho antes tantas veces, imágenes y alusiones taurinas:

De sangre en sangre vengo,
como el mar de ola en ola,
de color de amapola el alma tengo,
y amapola sin suerte es mi destino,
y llego de amapola en amapola
a dar en la cornada de mi sino

miércoles, 19 de septiembre de 2007

El lápiz rojo

La Fundación Cultural Miguel Hernández recibió en el 2005, y de manos de Alejandra Guerrero Torray todo cuanto quedó del archivo de su padre, Juan Guerrero Zamora (1927-2002), relacionado con Miguel Hernández, y que hoy reposa, convenientemente ordenado y catalogado, en nuestra sección hernandiana. Al final, y como casi siempre, tan sólo los restos de un naufragio. A este fondo (AJGZ) acudiremos en más de una ocasión en la deriva que nos hemos propuesto realizar por este río, con la certeza de que en el mismo se contienen algunos documentos de interés (cartas, manuscritos, artículos y recortes de prensa y revistas, fotografías).

El propio Guerrero, entre las páginas 1 a 10 de aquel polémico, malgré soi, libro que tituló “Proceso a Miguel Hernández: el sumario 21.001” (Madrid : Dossat, 1990), se vio en la obligación de realizar un relato-recuerdo de cuanto sucedió tras la publicación de sus dos primeros libros sobre el oriolano, a saber, su “Noticia sobre Miguel Hernández” (1951), y su “Miguel Hernández, poeta (1910-1942)” (1955), del que hoy nos interesa hablar: así fue que, estando ya en prensa por la imprenta del Instituto de Cultura Hispánica, esta edición se vio salpicada por una agria polémica (que algún día visitaremos, y en la que se vieron envueltos, entre otros, Jorge Vigón y Dionisio Ridruejo) a raíz de la aparición de la breve Noticia sobre Miguel Hernández. Fue la polvareda de tal envergadura que el ICH tuvo que negar, varias veces como Judas, que hubiera tenido el propósito de editar este libro. Se pudo leer, entonces, desde, “cualquier español identificado con el Movimiento nacional debe sentir repugnancia a lanzar ni anunciar siquiera un libro semejante”, hasta “¡aún tendremos que pedir perdón a Líster!”. Santiago Magariños, director de la editorial del ICH, al parecer, tuvo que exiliarse tras la que se organizó, no sin antes entregar a su autor el original único de aquella obra y un juego de pruebas de imprenta. Pasado el tiempo, quien había sido ministro de Justicia del gobierno de Franco y prologado aquel terrorífico “Causa general : la dominación roja en España”, Eduardo Aunós, hacía poco que regentaba la editorial Ediciones y Publicaciones, solicitando a Guerrero, para su colección El Grifón de Plata, este libro, firmándose el contrato de edición el 12 de abril de 1954. Tras un primer y obligatorio pase por la censura, fue prohibida su salida, siendo posteriormente Florentino Pérez Embid quien, con condiciones pactadas, autorizó que viera la luz el 20 de mayo de 1955. Nos dirá: “la recepción crítica fue, dicho sea sin vanidad, entusiasta. Pero sólo tuvieron tiempo de manifestarla Enrique Sordo en REVISTA y Antonio Valencia en ARRIBA. Un tercer análisis, no menos encomiástico y debido a la pluma de Manuel G. Cerezales, sólo pude conocerlo por las galeradas—del diario INFORMACIONES—que su autor me envió confirmándome lo que el fatídico lápiz rojo había escrito encabezando aquellas: NO AUTORIZADO...” Casi la totalidad de la edición tuvo que ser enviada por Aunós a las Américas para ser allí vendida y ante el inminente aviso de secuestro dictado por Juan Aparicio. Tal vez sea esta la razón de que en el catálogo de las Bibliotecas Públicas del Estado que ya contiene cerca de 9 millones de registros tan sólo figuren 8 ejemplares de este libro.

Hoy hemos querido alumbrar aquel texto de Manuel Cerezales (1909-2005), “no autorizado” por el lápiz rojo de la censura y que no pudo ser publicado por el madrileño INFORMACIONES. El texto llegó hasta Juan Guerrero con la siguiente nota:

“Manuel G. Cerezales saluda afectuosamente a Juan Guerrero Zamora y le envía las galeradas de un artículo—cuya publicación no fue autorizada—sobre el libro Miguel Hernández”

















miércoles, 29 de agosto de 2007

Sonetos en la "Casa Cuna"

Repasando en la segunda entrega de las memorias políticas de Alfonso Guerra, Dejando atrás los vientos : memorias (1982-1991), hemos localizado el capítulo titulado “Sonetos en la Casa Cuna” (p. 261-266), en el que, quien fuera Vicepresidente del Gobierno, nos habla de Miguel Hernández. Aunque no se dan datos ni indicación de la fecha, resulta fácil adivinar que, con el texto, se refiere a la visita realizada el 30 de octubre de 1986 a Alicante, invitado por el entonces Presidente de la Diputación alicantina, Antonio Fernández Valenzuela, para presentar el libro Veinticuatro sonetos inéditos de Miguel Hernández, impreso por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, y con edición literaria del profesor de la Universidad de Alicante, José Carlos Rovira. La consulta de la prensa de los días 23 al 30 de octubre de aquel año es reflejo del evidente sesgo político que adquirió la celebración de aquel acto, que en principio se suponía literario y cultural y que llegó a enfrentar abiertamente en columnas de opinión a Fernández Valenzuela y Rovira. Así, hemos sabido que, formando parte de unas Jornadas Culturales Valencianas en la Academia de España en Roma, el 23 de octubre fue presentado el facsímil del hernandiano Cuaderno del Cancionero y Romancero de ausencias, que había editado asimismo el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, con una intervención del Presidente de la Diputación, y que reproducía el diario Información en su edición del martes 28 (“El Cancionero de Miguel Hernández: razones de una edición”).




En este texto, y aunque cuesta creerlo, no se cita por ningún lado al editor literario de aquella recuperación, y que no era otro que el ya citado profesor Rovira, de forma y manera que la respuesta de éste no se hizo esperar: en los diarios La Verdad e Información de Alicante del día 30 de octubre, el mismo en el que se iba a celebrar la presentación del libro, aparecía su réplica titulada “Textos de Hernández: razones de una edición”, y en la que abiertamente mostraba su disconformidad con este tipo de celebraciones “rituales, ceremoniales, en las que algún político oficia de recuperador histórico de alguien al que, ya la cultura del antifranquismo, o la crítica literaria y, con ella, la historia esencial de la literatura, han recuperado suficientemente. Son parte de la propaganda electoral y rechazo su sentido”. Rovira, en consecuencia con estas palabras, no asistió al acto celebrado en el Hogar Provincial de Alicante aquel 30 de octubre de 1986 (76 aniversario del nacimiento de Miguel Hernández), a las 13 horas. Incluso se insistió esos días en el comentario de que hubo intentos de eliminar su nombre de la portada. Unos meses después, en su conferencia “De inéditos y otras ausencias hernandianas” (dentro del Homenaje a Miguel Hernández en el XLV aniversario de su muerte, celebrado en la Biblioteca Nacional de Madrid el 26 de marzo de 1987) volvía a insistir en ello:
Quiero decir que Hernández tuvo una lectura apasionada durante muchos años, una lectura cuyo objetivo era la recuperación, en un ámbito social, de un poeta sobre el que pesaban todos los mecanismos de prohibición y silencio. Su vinculación histórica a la defensa de la República a lo largo de la guerra civil, su muerte en la cárcel en la primera posguerra, han sido elementos esenciales en la aproximación al poeta. En nuestra conciencia operaban de una forma determinante todos estos datos biográficos durante muchos años, condicionando la urgente aproximación a sus textos. El tiempo y el final de las circunstancias históricas que hicieron del poeta una referencia básica de nuestra cultura resistencial, ha planteado una exigencia nueva en relación a su lectura. Hernández es ya, afortunadamente cada vez más, un problema de la crítica y de la historia literaria, con lo que se va clarificando la dimensión de su obra, su ejemplaridad y su valor. La preocupación sobre la persistencia de apasionamientos que distorsionan la lectura, cuestión que tuve ocasión de señalar en un trabajo de hace diez años, se ve sucedida ahora por otra preocupación que pude indicar hace unos meses, cuando presentaron esta edición de inéditos al máximo nivel de presencias políticas, en un acto en Alicante: dije entonces, desde la prensa, puesto que no estaba presente en aquel festejo, que Hernández ya había sido recuperado suficientemente por la crítica literaria y la cultura del antifranquismo, que nadie por tanto tenía que rescatarlo de nuevo y que determinadas presentaciones son parte de la propaganda política y considero rechazable su sentido. E insisto de nuevo sobre ello porque ha llegado la hora de considerar al poeta un problema de la historia de la cultura. Creo, en cualquier caso, en los actos y adhesiones populares que su obra concita, porque fue su voluntad literaria escribir para el pueblo. Pero desconfío de otro tipo de aproximaciones oficiales ahora, que pueden distorsionar tanto como las antiguas persecuciones oficiales.

De todos modos, en el texto (que merece ser leído) del ahora Presidente de la Fundación Pablo Iglesias, Alfonso Guerra, no escasean las referencias a la suerte de Miguel Hernández después de su muerte y a las circunstancias políticas que impidieron la edición de su obra, lo que explicaba, según él y de algún modo, que tantos años después continuaran existiendo inéditos del poeta. A partir de aquí, su escrito más parece un acomodo de las cuartillas que aquel día debió leer en su presentación, encontrando similitudes, letra por letra, entre lo que ahora se cuenta y las referencias que entrecomillaba la prensa en su referencia del acto. Su lectura de los sonetos es atinada, siguiendo la estela de los datos aportados en el prólogo por José Carlos Rovira (“Ingenuidad y belleza en los primeros sonetos”), y que él debió conocer con tiempo. Nos dice:

Miguel, como tantos otros, fue víctima del odio cruel y fratricida. A sus treinta y dos años dejó una obra irrepetible y universal. Sus verdugos serán olvidados y despreciados por su pueblo, y Miguel seguirá vivo en sus versos cantando al huerto y a la higuera, a las aladas almas de las rosas, hablando a cada ser humano de compañero a compañero

Tal vez convenga, por lo aquí relatado, extraer una lección, o si se quiere, un estrambote, ya que de sonetos hablamos: el único campo de batalla en el que se miden los poetas debería ser el de sus versos.

Procedencia de las imágenes:
1.- Sobrecubierta del libro: Dejando atrás los vientos: memorias (1982-1991) / Alfonso Guerra. – Pozuelo de Alarcón (Madrid) : Espasa Calpe, 2006. – ISBN 84-670-2107-1
2.- Cubierta del libro: Veinticuatro sonetos inéditos / Miguel Hernández ; edición de José Carlos Rovira. – Alicante : Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1986. – ISBN 84-505-4066-6
3.- Recorte de prensa: Diario Información. – Alicante. – (Miércoles 29 de octubre de 1986) ; p. 40

jueves, 9 de agosto de 2007

Ciudadano TNT

¿Quién se acuerda hoy de Tomás Navarro Tomás? Puede que todavía en las universidades sean de uso sus manuales de filología: aquel de Pronunciación española, el de Entonación, el de Métrica, o sus conocidos Estudios de fonología española. Pero, aún así, nos preguntamos si alguien recuerda sus ediciones de Santa Teresa o Garcilaso, o quién conoce sus trabajos para la protección de nuestro patrimonio bibliográfico durante la guerra civil.

Ahora, en su tierra, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha le rinde el homenaje debido, con una exposición en el Museo Municipal de Albacete Tomás Navarro Tomás 1884-1979: El laberinto de la palabra”, en cuya versión virtual, podemos seguir, desde la narración de lo que pudiéramos considerar el principio de unas memorias, hasta el audiovisual ("Tomás Navarro Tomás, uno de los más leales") entresacado de la exposición “Biblioteca en guerra”. De otro lado, y en edición de Ramón Salaberría, se acaba de editar un libro-homenaje “Tomás Navarro Tomás: ciudadano TNT”, que recoge textos sobre su persona y su obra, a cargo de Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente, Federico de Onís, Cristina Calandre, Pablo Corbalán y Xesús Alonso Montero, así como algunos escritos del filólogo, poco o nada conocidos y relacionados con sus tareas de salvamento y protección del patrimonio bibliográfico. En uno de ellos, pone como ejemplo de buen hacer, los trabajos que realizó, con tantísima eficacia, el oriolano Justo García Soriano en nuestra ciudad.



Nacido en el albaceteño La Roda (1884), falleció en el norteamericano Northampton (1979) con 95 años. Había pertenecido al Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, desempeñando tareas en el Archivo de Ávila y en el Histórico Nacional de Madrid. Discípulo aventajado de Ramón Menéndez Pidal, comenzó a trabajar en trabajos filológicos para el Centro de Estudios Históricos, ingresando en 1935 en la Academia de la Lengua. Estudioso y maestro de fonética y dialectología, colaboró en el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (1931-1936). Fue el organizador del proyecto ARCHIVO DE LA PALABRA. Ya con la guerra civil española fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, en sustitución de Miguel Artigas, con quien, por cierto, sostuvo una agria polémica alrededor del salvamento y custodia del tesoro bibliográfico español durante aquellos tres años. Formó parte muy activa de la Junta de Protección del Tesoro Artístico, siendo Presidente del Consejo Central de Archivos y Bibliotecas. Junto a José Moreno Villa, inventarió los libros traídos desde el Monasterio del Escorial. Es verdad que ocurrieron hechos lamentables, a todos los niveles, en lo tocante a patrimonio, lo que no justificaba en modo alguno el panorama desolador que planteaba Artigas. En octubre de 1937 viajó a Moscú como integrante de la delegación española que asistió a los actos conmemorativos del vigésimo aniversario de la revolución soviética.

En relación con Miguel Hernández, ya nunca sabremos cómo y cuando se conocieron, aunque es seguro que así fue. Algunas de las frases del texto que hoy hemos querido recuperar, así nos lo demuestran. Con toda probabilidad el encuentro se produjo durante la guerra civil, en el Madrid asediado o en la, algo más tranquila, Valencia. Ahora hemos sabido que Miguel Hernández, como comisario de Cultura, pudo poner en marcha un proyecto que había prometido al cubano Pablo de la Torriente, la creación de una Biblioteca para la Brigada a la que pertenecía. Su texto, “INAUGURACIÓN DE LA BIBLIOTECA”, no recogido en sus obras completas, fue publicado en el periódico AL ATAQUE: Órgano de la 1ª Brigada Móvil de Choque (año I, n. 5, del 6 de febrero de 1937, en su página primera): “Los libros, los que se han escrito y se escriben con el corazón,... piden a gritos ojos que los descifren, los comprendan y los respeten”, dijo en aquella alocución. Aunque Navarro Tomás se había trasladado a Valencia a finales de noviembre de 1937, no sería descabellado pensar que pudo asistir a dicha inauguración, que se produjo el 31 de enero de aquel año.

El texto, “Miguel Hernández. Poeta campesino en las trincheras”, fue publicado (junto con los poemas Recoged esta voz, Llamo a la juventud y El niño yuntero) por la revista valenciana NUEVA CULTURA (Año III, n. 1, marzo 1937), como anticipo del poemario hernandiano Viento del pueblo (editado en septiembre de 1937), en donde se incluiría como prólogo (Valencia : Socorro Rojo, 1937)

"Miguel Hernández, nacido en Orihuela (Alicante), tiene veinticinco años. Es hijo de unos humildes pastores de cabras. Desde niño ha trabajado en el cuidado del ganado y en cultivo de la tierra. Aprendió las primeras letras en una escuela de Orihuela. Pasaron primeramente por sus manos algunas de las mediocres novelas por entregas que las editoriales de este género de literatura sembraban por los pueblos. En un círculo obrero de su ciudad natal encontró libros de nuestros autores clásicos. Un amigo, estudiante, le proporcionó obras de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez y de otros poetas contemporáneos.
Publicó sus primeras poesías en un periódico local. En 1932 dio a conocer en un librito unas octavas reales nacidas bajo la fascinación del Polifemo, de Góngora. Cruz y Raya le publicó en 1934 un auto sacramental. En 1936 ha reunido una serie de sonetos en un nuevo librito titulado El rayo que no cesa. Tiene, además, una obra de teatro inédita, El labrador de más aire, drama manchego, en verso, en que, bajo la forma clásica, presenta un trozo de vida popular, campesina, con sus luchas y afanes modernos.
Al estallar la guerra, Miguel Hernández se inscribió en el 5º Regimiento. Primeramente trabajó en la construcción de fortificaciones. Después, destinado a Infantería, ha luchado como miliciano en la Brigada del “Campesino”. Sus últimas composiciones, poesía de guerra, escritas en el campo, en las trincheras, ante el enemigo, han aparecido en el periódico de milicianos Al Ataque, y se han reproducido en numerosos periódicos murales. En muchos casos, sus recitaciones exaltando los ánimos de sus camaradas han hecho vibrar los campos con aplausos enardecidos.
Sus veinticinco años cargados de experiencia, fecundados con las enseñanzas de la vida pobre, áspera y difícil, han madurado su figura varonil y su alma de pastor, poeta y miliciano. Siente con amplitud y profundidad la tragedia de España, el sacrificio del pueblo y la misión de la juventud. Sirve a su pueblo como poeta y como soldado. Su espíritu, encendido en un puro ideal de justicia y libertad, se vierte generosamente en sus composiciones poéticas y en su vida militar. El caudal de sus sentimientos lucha con la dificultad de la palabra y del verso, sin encontrar siempre la forma de expresión justa y adecuada. Se percibe la pugna interna entre el ímpetu de una vigorosa inspiración y la resistencia de un instrumento expresivo insuficientemente dominado. Pero esta misma forma, labrada con visible esfuerzo y tenacidad, contribuye en cambio a reforzar la impresión de honda y cálida sinceridad emocional que sus composiciones reflejan.
En el efecto de sus recitaciones, las cualidades de su estilo hallan perfecto complemento en las firmes inflexiones de su voz, en su cara curtida por el aire y el sol, en su traje de recia pana, en su justillo de velluda piel de cordero y hasta en el carácter de su dicción, fuertemente marcada con el sello fonético del acento regional. Sus ademanes son sobrios y contenidos y su expresión enérgica, grave y concentrada. Hay una ardiente exaltación en el recogimiento de su gesto y en la fijeza e intensidad de su mirada. No es de extrañar que, como él mismo dice, su espíritu se sienta más compenetrado con el aliento de los campos de Castilla que con el de los huertos levantinos. La dignidad del tono, del ritmo y del concepto, hacen revivir en sus labios en muchos pasajes las resonancias épicas del Romancero."


“Es preferible hablar una lengua humildemente bien, que orgullosamente mal”, nos dejó dicho este hombre ejemplar.

Procedencia de las imágenes:

1.- Fotografía de Tomás Navarro Tomás: entresacada del Archivo gráfico de la Revista Triunfo, donado a nuestra Biblioteca por quien fuera su director, José Ángel Ezcurra. Fue incluida en el artículo de Andrés Amorós, publicado en el n. 870 (29 de septiembre 1979, en su página 44), al poco tiempo de su muerte.
2.- Cubierta del libro-homenaje editado por la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en este mismo año (ISBN 978-84-7788-460-6)
3.- Portada de Nueva Cultura, tomada de la edición facsímil (Madrid : Turner, 1977) realizada para la colección “Biblioteca del 36: revistas literarias de la segunda república española”.

martes, 31 de julio de 2007

Junto al ciprés máximo y otros asuntos


Reseñamos el número 14 (verano del 2007) de la revista El Eco Hernandiano, que publica en Orihuela la Fundación Cultural Miguel Hernández, y que dirige con acierto Aitor Larrabide. Esta revista que, en formato papel, se viene editando desde el otoño del 2003, ciertamente ha ganado calidad en sus últimas entregas, de un lado por el prestigio de sus colaboradores y de otro por el interés que observamos en sus artículos. De manera que, podemos ya considerarla como la hermana mayor de su homónima revista digital en la web, que queda así y de algún modo, como el altavoz de las actividades formativas de los Talleres de Empleo que gestiona esta institución.
Entre las páginas 2-5, el profesor sevillano Pablo del Barco rescata en facsímil una carta dirigida por el periodista Antonio de Lezama al poeta Manuel Machado, pidiéndole su intermediación y ayuda para con Miguel Hernández que acababa de ser condenado a muerte. La carta, fechada en la Embajada de Chile en Madrid el 25 de enero de 1940, fue uno de tantos intentos como sabemos se realizaron en aquellos momentos para tratar de aliviar o remediar la crueldad y dureza con la que la represora justicia franquista había tratado el caso del poeta oriolano. Como es sabido, en la revista LUNA (número 10, noche del 28 al 29 de enero de 1940), sus redactores y asilados en la embajada chilena habían insertado la siguiente nota (reedición facsímil, Madrid: Edaf, 2000):

Miguel Hernández condenado a muerte
Miguel Hernández, amigo y compañero nuestro, ha sido condenado a muerte, en virtud de sentencia desproporcionada a la magnitud de su conducta. No hemos sido nosotros los únicos afectados profundamente por la noticia. Hombres que se agrupan en campos diversos, todos bajo las banderas de Franco, se han sentido sobrecogidos ante la amenaza que pesa sobre Miguel Hernández. No han dudado en unirse en común gestión para salvar la vida del poeta. El mismo impulso los ha lanzado a la humana labor, movilizados todos por un espíritu sensible que sabe recoger los lamentos delos que sufren. Ignoramos el resultado que estas gestiones darán. Mientras, seguiremos dominados por la inquietud, que sólo desaparecerá cuando llegue a nosotros la nueva feliz de la conmutación de pena, esos treinta años tan deseados hoy por muchos de nuestros condenados, treinta años, toda una vida, pero una vida que queda

El contenido textual de la carta ya lo conocíamos por haberlo insertado en 1969 Manuel Molina en su libro “Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela” (p. 71-74, Málaga : Publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce) y, posteriormente, ser recogido por María de Gracia Ifach en las páginas 271-272 de su biografía “Miguel Hernández, rayo que no cesa” (1975). No obstante, es un buen acompañamiento gráfico del relato biográfico que se realiza de Antonio de Lezama, personaje poco conocido, además de mostrar, una vez más, la rapidez con la que se actuó en aquellos días (José María Alfaro, Rafael Sánchez Mazas, José María de Cossío, y, tal vez como se ve, Manuel Machado, entre otros) hasta conseguir que la pena de muerte fuera de inmediato conmutada por la de 30 años de reclusión. Se dice que Franco no quiso cargar sobre sus espaldas con un segundo poeta asesinado, por la repercusión internacional que ello le hubiera acarreado.

Entre las p. 6-12, el dramaturgo cubano Amado del Pino realiza un interesante estudio del drama “Pastor de la muerte”, entretejiendo con paciencia los materiales biográficos que ha consultado y la crítica teatral que él tan bien conoce. De este mismo autor recordamos su buen trabajo (escrito en colaboración con Tania Cordero) “Los amigos cubanos de Miguel Hernández” y que fue publicado en la revista cubana La Jiribilla.

En la p. 13 se edita de Gabriel Sijé (Justino Marín Gutiérrez), una prosa poética en homenaje a Miguel Hernández que, según se nos dice, ha sido recuperada del archivo familiar del médico José María Franco Martínez. Es una verdadera lástima que al hallazgo de este inédito, no nos corresponda la suerte de haber podido contemplar al natural el hermoso retrato al óleo que se reproduce, obra del pintor Eduardo Vicente, titulado “El último romántico” y propiedad, asimismo, de esta familia. La estancia oriolana del pintor ha sido contada en varias ocasiones por el abogado Antonio García-Molina Martínez, compañero y guía de aquellos días (diario Información, 26 mayo 1968, y Revista del I.D.E.A., enero-abril 1976): sabemos que
llegó a Orihuela en el verano de 1942 tras el encargo realizado por el clérigo Luis Almarcha de realizar un cuadro de grandes dimensiones para la catedral. Este retrato, debió realizarse en aquel verano, así como, tal vez, el magnífico retrato de Miguel Hernández que hemos visto reproducido en varias ocasiones y cuyo paradero desconocemos.

La foto que aquí se reproduce fue realizada en el campo de La Matanza, aquel verano, y en ella aparecen (de izquierda a derecha) Eduardo Vicente, Antonio García-Molina, Gabriel Sijé y José María Franco. Atando cabos, sabemos que Gabriel Sijé escribió una carta a Ramón Pérez Álvarez (29 de abril de 1942, publicada en Batarro, n. 8-10, enero-diciembre 1992 ) en la que le contaba:

El domingo en Oleza le tributamos un sencillo homenaje: junto al ciprés máximo que besa con su sombra la anchura de nuestro río, hemos llorado a Miguel. Hemos leído cosas suyas uncidos de su emoción y uncidos de naturaleza, rezando sin palabras por él con sólo mirar al cielo. Después, cosas nuestras sobre él: Fantucci, el poeta Dictinio del Castillo, Carlos, Antoñito y yo. Por último un ramo de laurel junto al ciprés, para que ese ciprés máximo glorifique y llore al poeta y se eleve como un monumento sencillo sobre los azules de Oleza

De manera que casi con toda probabilidad, el texto que se reproduce en El Eco Hernandiano debe ser el mismo que fue leído por Gabriel Sijé en aquel emotivo acto de hace 65 años el domingo 26 de abril de 1942, y que regaló al médico oriolano tras la lectura.


Entre las p. 14-17, un artículo de Juan Carlos Martínez Ortega recupera la faceta de Miguel Hernández como empleado en las notarías oriolanas de José María Quílez Sanz y de Luis Maseres Muñoz. Reseña ésta que ya conocíamos por haberse publicado con anterioridad en la Revista INTER NOS, que edita en Madrid la Federación Estatal de Asociaciones Profesionales de Empleados de Notarías (número 39, abril-junio 2007, p. 37-40), junto al artículo de Aitor Larrabide, “Miguel Hernández: algunas certezas e incertidumbres en torno a su biografía”, p. 30-36.

Se cierra este número con la trascripción de una entrevista a Vicente Aleixandre (1981) para Radio Nacional de España, realizada por Fernando G. Delgado, y que posteriormente sería recogida en la cara B del disco “Homenaje Nacional a Vicente Aleixandre” (Madrid : RNE, 1985). La entrevista ya fue dada a conocer por el hispanista italiano Gabriele Morelli en su ponencia ante el Primer Congreso Internacional Miguel Hernández (1992, p. 95-96)

lunes, 9 de julio de 2007

La Antología de González-Ruano

César González-Ruano, en el capítulo XIII de su libro “Memorias : mi medio siglo se confiesa a medias” (Sevilla : Renacimiento, 2004), correspondiente a los años 1945 y 1946, realizaba la siguiente anotación: “Trabajaba yo intensamente en la redacción y ordenación de la Antología de poetas españoles contemporáneos, que había de publicarse en el próximo año. Fue con el viejo Gustavo Gili con quien llegué al acuerdo de esta edición costosa y arriesgada para él y que para mí suponía un serio trabajo. Traje a vivir a mi casa de Sitges a una mecanógrafa y por las mañanas preparaba la tarea dictándola por las tardes un mínimo de cuatro horas” (p. 550). Así fue, a principios de 1946 veía la luz por vez primera y última, en Barcelona, su "Antología de poetas españoles contemporáneos en lengua castellana", un grueso volumen en cuarto mayor de 874 páginas, “en donde revive tanta figura que ya no da sombra”. Ya en el prólogo, reconoce Ruano la seria dificultad de su empresa: “Es cierto que son, en todos los idiomas, muy raros los libros de esta clase que resisten una crítica severa”, para afirmar con tino, más adelante que su antología: “es un texto con intenciones de perdurabilidad, de consulta más venidera que presente, y, en definitiva, algo de Arca de Noé ante los atroces diluvios del olvido.” Una vez publicada, hubo de todo: desde el difícil Cernuda, que la llamó “antología de baratillo”, aunque reconociéndole gran mérito por incluir a la “última generación poética” (Boletín del Instituto Español de Londres, n. 2, junio 1947), hasta en las cartas cruzadas entre Salinas y Guillén, en las que frente a las barrabasadas de Domenchina, le reconocen a Ruano un mérito que ninguno esperaba: “Este es un libro curioso. El Ruano es un sinvergüenza conocido y profesional, eso todos lo saben. Y sin embargo, en la antología su actitud general es infinitamente superior a la del purulento Domeinquina. Todo lo que en este es saña, envidia, zarpazos y mordiscos, se le vuelve a Ruano tolerancia, moderación, halago y elogio... El tiene el descaro de atribuirse 14 páginas, mucho más de lo que nos da a ti, por ejemplo, y a mí... Pero ni se nos insulta ni se nos rebaja...” (Carta de Pedro Salinas a Jorge Guillén del 26 de octubre de 1946, en el libro “Correspondencia (1923-1951”, Tusquets Editores, 1992). Estamos enteramente de acuerdo con el criterio expresado por José Luis García Martín, “es algo más que una galería de raros y curiosos, con ser eso mucho; es también lo que su título indica: la más generosa antología de poetas españoles contemporáneos que se haya publicado nunca” (“El antólogo artista”, en el libro editado en el 2003 por la Diputación de Cuenca, “Centenario de César González Ruano (1903-2003).

En esta antología, y entre las páginas 653-[655], figura el poeta oriolano, junto a los nombres de José Antonio Muñoz Rojas, Leopoldo Panero, Germán Bleiberg, Juan Gil-Albert, Luis Rosales, Ramón Gaya y Arturo Serrano Plaja, lo que supone que no andaba muy desencaminado Ruano, al incluirlo en lo que luego se conoció como Generación de 1936. Tras la breve pero sustanciosa nota introductoria, recogió Ruano de Miguel Hernández tan sólo 2 poemas: “El sudor”, perteneciente a Viento del pueblo (Valencia : Ediciones Socorro Rojo, 1937), así como un fragmento de El labrador de más aire (Valencia : Editorial Nuestro Pueblo, 1937), en concreto los versos finales de Encarnación a Juan, pertenecientes al acto tercero, cuadro tercero, escena III. Recuperamos la nota introductoria de Ruano sobre Hernández. Es poco o nada conocida y en sí misma, pese a su brevedad y aún con algunos errores que se deslizan, contiene agudas observaciones del maestro de periodistas sobre el poeta oriolano:



Finalmente, y del libro "Vida, pensamiento y aventura de César González-Ruano", editado por el profesor Carlos X. Ardavín (Gijón : Llibros del Pexe, 2005) extraemos esta fotografía de Ruano junto a la conocida imagen de La Diablesa, de Nicolás de Bussy, tomada en Orihuela en 1958, en la antigua sede de nuestra Biblioteca en el Palacio de Teodomiro.


martes, 3 de julio de 2007

Sobre Vicente Aleixandre, y otros asuntos hernandianos

Del infatigable Ramón Fernández Palmeral hemos recibido el número 15 (correspondiente al mes de julio del 2007), en su edición en papel, de la revista PERITO LITERARIO-ARTÍSTICO que él mismo coordina y dirige. Este número, así como los anteriores, puede consultarse en la web de la revista.

En lo relativo a Miguel Hernández, que al fin y al cabo es lo que nos interesa, debemos reseñar que el número se abre, en sus páginas 3-5, con un breve pero atinado artículo del propio Ramón Fernández Palmeral, titulado “Vicente Aleixandre en el XXX aniversario de la concesión del Premio Nóbel de Literatura. Vicente visitó Alicante”. Acierta el autor, al facilitarnos la fecha exacta del homenaje dado a Vicente Aleixandre con motivo de la aparición de su libro La destrucción o el amor, y que se celebró, en efecto, en Madrid el sábado 4 de mayo de 1935. En el 2004, la sevillana Fundación El Monte editó en bellísimo facsímil, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca (Madrid, 1935), a partir del ejemplar regalado por éste, e iluminado con dibujos a color realizados expresamente por el pintor José Caballero, a Joaquín Romero Murube. Los editores literarios, Jacobo Cortines y Juan Lamillar recogieron en un apéndice, y entre otros documentos la, hasta la fecha desconocida, tarjeta de invitación al acto, que, regalo de Federico, Romero Murube guardó junto a su maravilloso y único ejemplar. Tarjeta que, con anotaciones y dibujos manuscritos, fue enviada por los comensales a García Lorca, uno de los promotores del homenaje. Reproducimos aquí, el anverso y reverso, de la tarjeta:





En cuanto al viaje realizado por Vicente Aleixandre a Alicante en 1952, que Fernández Palmeral ha documentado bien, con datos y fotografías obtenidas de los archivos hernandianos de Vicente Ramos y Gaspar Peral Baeza, tan sólo añadir que, fruto de aquella visita a la tumba de Miguel en el cementerio de Alicante, Aleixandre escribiría su texto en prosa “Junto a Miguel”, que editó en El Nacional de Caracas el 5 de diciembre de 1953, así como en el n. 23 (1954) de la revista santanderina La Isla de los Ratones. Este texto puede verse en la reedición facsímil que de esta revista realizó Visor Libros en el 2006, entre sus páginas 711-712. El texto, conocido, fue editado por Aleixandre en Los encuentros (Madrid : Guadarrama, 1958), aunque con el título cambiado por “Una visita”, junto a su más conocida semblanza “Evocación de Miguel Hernández”. Ni que decir tiene que nos gustaba mucho más el primero de los títulos, "Junto a Miguel".

Un segundo artículo de la revista (entre las páginas 6 a 10), repasa, de forma exhaustiva, la ya amplia trayectoria hernandiana del profesor Jesucristo Riquelme Pomares, recogiéndose en listado cronológico, sus trabajos relacionados con el poeta y editados entre 1981 y 2007.

Por último, y entre las páginas 11 a 14, se incluye el artículo del profesor ecuatoriano afincado en Nueva York Petronio Rafael Cevallos y titulado “Miguel Hernández o la pasión como subversión”, que ya conocíamos por haberse editado en el número 17 (enero-marzo de 2001) de la revista mexicana Argos, de la Universidad de Guadalajara, revista en la que ya anteriormente había aparecido el artículo “Miguel Hernández: de cómo la escritura se vuelve humana”, de Mario Antonio Calderón (Argos, número 6, abril-junio 1998).

lunes, 2 de julio de 2007

Miguel Hernández para niños y niñas... y otros seres curiosos


En la Feria del Libro de Madrid (2007) se presentó este nuevo libro de Miguel Hernández creado por Ediciones de la Torre, siendo el primer número de una nueva serie dentro de su ya conocida colección de poesía para niños “Alba y Mayo”, y en la que han aparecido, asímismo, un “Rafael Alberti para niños y niñas... y otros seres curiosos”, con ilustraciones de Federico Delicado y un “Federico García Lorca para niños y niñas... y otros seres curiosos”, con ilustraciones de Miguel Calatayud. Esta nueva selección poética para niños, ha sido realizada en tapa dura y formato apaisado (de 21 x 22’5 cm.), con un total de 45 páginas. Contiene una cuidada selección de 23 poemas, editados con letra caligráfica y unos bellísimos y delicados dibujos a color de Dinah Beatriz Salama. Al final del librito, y entre sus páginas 44 y 45 se incluyen unos pocos datos biográficos, maquetados con 6 fotografías extraídas del álbum familiar. En el colofón se nos indica que “este libro se terminó de imprimir el 28 de marzo de 2007 sexagésimo quinto aniversario dela muerte del poeta. Gracias a quienes lo leyeren”. Se recordará que, dentro de esta misma colección, ya existía un "Miguel Hernández para niños", en edición preparada por Francisco Esteve (Presidente de la Asociación de Amigos de Miguel Hernández) y dibujos de Lorenzo Olaverri, cuya 7ª y última edición es de 1997, sin que sepamos si está entre los planes de la editorial volver a reeditarlo.
La selección poética realizada es la adecuada para los fines del libro (para contar e incluso cantar), habiéndose seleccionado 16 poemas del "Cancionero y Romancero de ausencias", y los 7 restantes de sus "Poesías sueltas, I y II". De los dibujos, que crean el contrapunto visual a los versos, y perfectos en su ejecución de línea clara, destacar aquellos en los que aparece la cara del un niño, tal vez la del propio poeta sacada de alguna fotografía, que les confieren una fuerte carga expresiva de emotividad y cercanía. De su autora Dinah Beatriz Salama, algo ya conocíamos a través del pequeño catálogo de su exposición realizada en el madrileño Círculo de Bellas Artes, del 4 al 24 de abril del 2002, y de su más reciente muestra en el Instituto Cervantes de Estambul, en el marco de las Jornadas de Cultura Sefardí (30 de abril al 30 de mayo del 2007), titulada "Café solo". Sería estupendo poder contemplar en Orihuela el trabajo realizado sur le motif hernandiano por esta pintora para este nuevo libro. Merece la pena.

viernes, 29 de junio de 2007

Un poema

“El pez más viejo del río”. Así comienza un hermoso poema de Miguel Hernández que Antonio Buero Vallejo quiso recordar con sentimiento un día. Al parecer, cuando ingresó en el penal de Ocaña, alguien pudo contarle que Miguel, al contemplar triste y abatido a un compañero de cárcel y penas, le preguntó por el motivo de su desconsuelo. Este, mostrándole la fotografía de su hija que llevaba en sus manos, le contestó que ante el cercano cumpleaños de la pequeña, ni sabía, ni tenía, ni podía enviarle nada. El oriolano le pidió prestada aquella ajada cartulina y, mientras pensaba cómo él ansiaba poder tener alguna fotografía de su Manolillo, y de qué modo entendía aquella pena, abandonó el lugar por un instante, retornando al poco con estos conocidos versos que regaló a su amigo, para que él los entregara, decía Buero, como “el obsequio que aquel padre quería mandar y no sabía cómo”. Acertó Odón Betanzos al denominar a este poema como una “nana-cuento” que aliviaba del dolor, como también acertó el Camarón de la Isla cuando lo cantó con su peculiar y desgarrada voz. En 1989 lo incluyó en su disco “Soy gitano”, acompañado por la guitarra de Vicente Amigo, y recreando con su cante las dos variantes que a los fandangos había aplicado, así los afirman los entendidos, el cantaor jerezano Niño Gloria. El resultado, una feliz maravilla.
En la nota final que sobre este poema aparece incluida en las obras completas, se nos indica que Miguel Hernández lo envió, para su hijo, en una carta dirigida a su mujer desde el Penal de Ocaña, realizando además el dibujo alusivo que aquí copiamos. Se publicó, por vez primera, en el número 9 (mayo 1946) de la revista vallisoletana Halcón, aunque con el título “A la niña Rosa María” y con algunas significativas variantes. Nosotros copiamos la versión facilitada en las Obras completas de Miguel Hernández, aunque nos hemos permitido modificar el verso 7, para dotarlo de un sentido que, consideramos le falta (así, Camarón cantaba "el agua no le divierte"). La coplilla dice así:

El pez más viejo del río

de tanta sabiduría
como amontonó, vivía
brillantemente sombrío.
Y el agua le sonreía.

Tan sombrío llegó a estar
(nada del agua le divierte)
que después de meditar,
tomó el camino del mar,
es decir, el de la muerte.

Reíste tú junto al río,
niño solar. Y ese día
el pez más viejo del río
se quitó el aire sombrío.
Y el agua te sonreía.