miércoles, 29 de agosto de 2007

Sonetos en la "Casa Cuna"

Repasando en la segunda entrega de las memorias políticas de Alfonso Guerra, Dejando atrás los vientos : memorias (1982-1991), hemos localizado el capítulo titulado “Sonetos en la Casa Cuna” (p. 261-266), en el que, quien fuera Vicepresidente del Gobierno, nos habla de Miguel Hernández. Aunque no se dan datos ni indicación de la fecha, resulta fácil adivinar que, con el texto, se refiere a la visita realizada el 30 de octubre de 1986 a Alicante, invitado por el entonces Presidente de la Diputación alicantina, Antonio Fernández Valenzuela, para presentar el libro Veinticuatro sonetos inéditos de Miguel Hernández, impreso por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, y con edición literaria del profesor de la Universidad de Alicante, José Carlos Rovira. La consulta de la prensa de los días 23 al 30 de octubre de aquel año es reflejo del evidente sesgo político que adquirió la celebración de aquel acto, que en principio se suponía literario y cultural y que llegó a enfrentar abiertamente en columnas de opinión a Fernández Valenzuela y Rovira. Así, hemos sabido que, formando parte de unas Jornadas Culturales Valencianas en la Academia de España en Roma, el 23 de octubre fue presentado el facsímil del hernandiano Cuaderno del Cancionero y Romancero de ausencias, que había editado asimismo el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, con una intervención del Presidente de la Diputación, y que reproducía el diario Información en su edición del martes 28 (“El Cancionero de Miguel Hernández: razones de una edición”).




En este texto, y aunque cuesta creerlo, no se cita por ningún lado al editor literario de aquella recuperación, y que no era otro que el ya citado profesor Rovira, de forma y manera que la respuesta de éste no se hizo esperar: en los diarios La Verdad e Información de Alicante del día 30 de octubre, el mismo en el que se iba a celebrar la presentación del libro, aparecía su réplica titulada “Textos de Hernández: razones de una edición”, y en la que abiertamente mostraba su disconformidad con este tipo de celebraciones “rituales, ceremoniales, en las que algún político oficia de recuperador histórico de alguien al que, ya la cultura del antifranquismo, o la crítica literaria y, con ella, la historia esencial de la literatura, han recuperado suficientemente. Son parte de la propaganda electoral y rechazo su sentido”. Rovira, en consecuencia con estas palabras, no asistió al acto celebrado en el Hogar Provincial de Alicante aquel 30 de octubre de 1986 (76 aniversario del nacimiento de Miguel Hernández), a las 13 horas. Incluso se insistió esos días en el comentario de que hubo intentos de eliminar su nombre de la portada. Unos meses después, en su conferencia “De inéditos y otras ausencias hernandianas” (dentro del Homenaje a Miguel Hernández en el XLV aniversario de su muerte, celebrado en la Biblioteca Nacional de Madrid el 26 de marzo de 1987) volvía a insistir en ello:
Quiero decir que Hernández tuvo una lectura apasionada durante muchos años, una lectura cuyo objetivo era la recuperación, en un ámbito social, de un poeta sobre el que pesaban todos los mecanismos de prohibición y silencio. Su vinculación histórica a la defensa de la República a lo largo de la guerra civil, su muerte en la cárcel en la primera posguerra, han sido elementos esenciales en la aproximación al poeta. En nuestra conciencia operaban de una forma determinante todos estos datos biográficos durante muchos años, condicionando la urgente aproximación a sus textos. El tiempo y el final de las circunstancias históricas que hicieron del poeta una referencia básica de nuestra cultura resistencial, ha planteado una exigencia nueva en relación a su lectura. Hernández es ya, afortunadamente cada vez más, un problema de la crítica y de la historia literaria, con lo que se va clarificando la dimensión de su obra, su ejemplaridad y su valor. La preocupación sobre la persistencia de apasionamientos que distorsionan la lectura, cuestión que tuve ocasión de señalar en un trabajo de hace diez años, se ve sucedida ahora por otra preocupación que pude indicar hace unos meses, cuando presentaron esta edición de inéditos al máximo nivel de presencias políticas, en un acto en Alicante: dije entonces, desde la prensa, puesto que no estaba presente en aquel festejo, que Hernández ya había sido recuperado suficientemente por la crítica literaria y la cultura del antifranquismo, que nadie por tanto tenía que rescatarlo de nuevo y que determinadas presentaciones son parte de la propaganda política y considero rechazable su sentido. E insisto de nuevo sobre ello porque ha llegado la hora de considerar al poeta un problema de la historia de la cultura. Creo, en cualquier caso, en los actos y adhesiones populares que su obra concita, porque fue su voluntad literaria escribir para el pueblo. Pero desconfío de otro tipo de aproximaciones oficiales ahora, que pueden distorsionar tanto como las antiguas persecuciones oficiales.

De todos modos, en el texto (que merece ser leído) del ahora Presidente de la Fundación Pablo Iglesias, Alfonso Guerra, no escasean las referencias a la suerte de Miguel Hernández después de su muerte y a las circunstancias políticas que impidieron la edición de su obra, lo que explicaba, según él y de algún modo, que tantos años después continuaran existiendo inéditos del poeta. A partir de aquí, su escrito más parece un acomodo de las cuartillas que aquel día debió leer en su presentación, encontrando similitudes, letra por letra, entre lo que ahora se cuenta y las referencias que entrecomillaba la prensa en su referencia del acto. Su lectura de los sonetos es atinada, siguiendo la estela de los datos aportados en el prólogo por José Carlos Rovira (“Ingenuidad y belleza en los primeros sonetos”), y que él debió conocer con tiempo. Nos dice:

Miguel, como tantos otros, fue víctima del odio cruel y fratricida. A sus treinta y dos años dejó una obra irrepetible y universal. Sus verdugos serán olvidados y despreciados por su pueblo, y Miguel seguirá vivo en sus versos cantando al huerto y a la higuera, a las aladas almas de las rosas, hablando a cada ser humano de compañero a compañero

Tal vez convenga, por lo aquí relatado, extraer una lección, o si se quiere, un estrambote, ya que de sonetos hablamos: el único campo de batalla en el que se miden los poetas debería ser el de sus versos.

Procedencia de las imágenes:
1.- Sobrecubierta del libro: Dejando atrás los vientos: memorias (1982-1991) / Alfonso Guerra. – Pozuelo de Alarcón (Madrid) : Espasa Calpe, 2006. – ISBN 84-670-2107-1
2.- Cubierta del libro: Veinticuatro sonetos inéditos / Miguel Hernández ; edición de José Carlos Rovira. – Alicante : Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1986. – ISBN 84-505-4066-6
3.- Recorte de prensa: Diario Información. – Alicante. – (Miércoles 29 de octubre de 1986) ; p. 40

jueves, 9 de agosto de 2007

Ciudadano TNT

¿Quién se acuerda hoy de Tomás Navarro Tomás? Puede que todavía en las universidades sean de uso sus manuales de filología: aquel de Pronunciación española, el de Entonación, el de Métrica, o sus conocidos Estudios de fonología española. Pero, aún así, nos preguntamos si alguien recuerda sus ediciones de Santa Teresa o Garcilaso, o quién conoce sus trabajos para la protección de nuestro patrimonio bibliográfico durante la guerra civil.

Ahora, en su tierra, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha le rinde el homenaje debido, con una exposición en el Museo Municipal de Albacete Tomás Navarro Tomás 1884-1979: El laberinto de la palabra”, en cuya versión virtual, podemos seguir, desde la narración de lo que pudiéramos considerar el principio de unas memorias, hasta el audiovisual ("Tomás Navarro Tomás, uno de los más leales") entresacado de la exposición “Biblioteca en guerra”. De otro lado, y en edición de Ramón Salaberría, se acaba de editar un libro-homenaje “Tomás Navarro Tomás: ciudadano TNT”, que recoge textos sobre su persona y su obra, a cargo de Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente, Federico de Onís, Cristina Calandre, Pablo Corbalán y Xesús Alonso Montero, así como algunos escritos del filólogo, poco o nada conocidos y relacionados con sus tareas de salvamento y protección del patrimonio bibliográfico. En uno de ellos, pone como ejemplo de buen hacer, los trabajos que realizó, con tantísima eficacia, el oriolano Justo García Soriano en nuestra ciudad.



Nacido en el albaceteño La Roda (1884), falleció en el norteamericano Northampton (1979) con 95 años. Había pertenecido al Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, desempeñando tareas en el Archivo de Ávila y en el Histórico Nacional de Madrid. Discípulo aventajado de Ramón Menéndez Pidal, comenzó a trabajar en trabajos filológicos para el Centro de Estudios Históricos, ingresando en 1935 en la Academia de la Lengua. Estudioso y maestro de fonética y dialectología, colaboró en el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (1931-1936). Fue el organizador del proyecto ARCHIVO DE LA PALABRA. Ya con la guerra civil española fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, en sustitución de Miguel Artigas, con quien, por cierto, sostuvo una agria polémica alrededor del salvamento y custodia del tesoro bibliográfico español durante aquellos tres años. Formó parte muy activa de la Junta de Protección del Tesoro Artístico, siendo Presidente del Consejo Central de Archivos y Bibliotecas. Junto a José Moreno Villa, inventarió los libros traídos desde el Monasterio del Escorial. Es verdad que ocurrieron hechos lamentables, a todos los niveles, en lo tocante a patrimonio, lo que no justificaba en modo alguno el panorama desolador que planteaba Artigas. En octubre de 1937 viajó a Moscú como integrante de la delegación española que asistió a los actos conmemorativos del vigésimo aniversario de la revolución soviética.

En relación con Miguel Hernández, ya nunca sabremos cómo y cuando se conocieron, aunque es seguro que así fue. Algunas de las frases del texto que hoy hemos querido recuperar, así nos lo demuestran. Con toda probabilidad el encuentro se produjo durante la guerra civil, en el Madrid asediado o en la, algo más tranquila, Valencia. Ahora hemos sabido que Miguel Hernández, como comisario de Cultura, pudo poner en marcha un proyecto que había prometido al cubano Pablo de la Torriente, la creación de una Biblioteca para la Brigada a la que pertenecía. Su texto, “INAUGURACIÓN DE LA BIBLIOTECA”, no recogido en sus obras completas, fue publicado en el periódico AL ATAQUE: Órgano de la 1ª Brigada Móvil de Choque (año I, n. 5, del 6 de febrero de 1937, en su página primera): “Los libros, los que se han escrito y se escriben con el corazón,... piden a gritos ojos que los descifren, los comprendan y los respeten”, dijo en aquella alocución. Aunque Navarro Tomás se había trasladado a Valencia a finales de noviembre de 1937, no sería descabellado pensar que pudo asistir a dicha inauguración, que se produjo el 31 de enero de aquel año.

El texto, “Miguel Hernández. Poeta campesino en las trincheras”, fue publicado (junto con los poemas Recoged esta voz, Llamo a la juventud y El niño yuntero) por la revista valenciana NUEVA CULTURA (Año III, n. 1, marzo 1937), como anticipo del poemario hernandiano Viento del pueblo (editado en septiembre de 1937), en donde se incluiría como prólogo (Valencia : Socorro Rojo, 1937)

"Miguel Hernández, nacido en Orihuela (Alicante), tiene veinticinco años. Es hijo de unos humildes pastores de cabras. Desde niño ha trabajado en el cuidado del ganado y en cultivo de la tierra. Aprendió las primeras letras en una escuela de Orihuela. Pasaron primeramente por sus manos algunas de las mediocres novelas por entregas que las editoriales de este género de literatura sembraban por los pueblos. En un círculo obrero de su ciudad natal encontró libros de nuestros autores clásicos. Un amigo, estudiante, le proporcionó obras de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez y de otros poetas contemporáneos.
Publicó sus primeras poesías en un periódico local. En 1932 dio a conocer en un librito unas octavas reales nacidas bajo la fascinación del Polifemo, de Góngora. Cruz y Raya le publicó en 1934 un auto sacramental. En 1936 ha reunido una serie de sonetos en un nuevo librito titulado El rayo que no cesa. Tiene, además, una obra de teatro inédita, El labrador de más aire, drama manchego, en verso, en que, bajo la forma clásica, presenta un trozo de vida popular, campesina, con sus luchas y afanes modernos.
Al estallar la guerra, Miguel Hernández se inscribió en el 5º Regimiento. Primeramente trabajó en la construcción de fortificaciones. Después, destinado a Infantería, ha luchado como miliciano en la Brigada del “Campesino”. Sus últimas composiciones, poesía de guerra, escritas en el campo, en las trincheras, ante el enemigo, han aparecido en el periódico de milicianos Al Ataque, y se han reproducido en numerosos periódicos murales. En muchos casos, sus recitaciones exaltando los ánimos de sus camaradas han hecho vibrar los campos con aplausos enardecidos.
Sus veinticinco años cargados de experiencia, fecundados con las enseñanzas de la vida pobre, áspera y difícil, han madurado su figura varonil y su alma de pastor, poeta y miliciano. Siente con amplitud y profundidad la tragedia de España, el sacrificio del pueblo y la misión de la juventud. Sirve a su pueblo como poeta y como soldado. Su espíritu, encendido en un puro ideal de justicia y libertad, se vierte generosamente en sus composiciones poéticas y en su vida militar. El caudal de sus sentimientos lucha con la dificultad de la palabra y del verso, sin encontrar siempre la forma de expresión justa y adecuada. Se percibe la pugna interna entre el ímpetu de una vigorosa inspiración y la resistencia de un instrumento expresivo insuficientemente dominado. Pero esta misma forma, labrada con visible esfuerzo y tenacidad, contribuye en cambio a reforzar la impresión de honda y cálida sinceridad emocional que sus composiciones reflejan.
En el efecto de sus recitaciones, las cualidades de su estilo hallan perfecto complemento en las firmes inflexiones de su voz, en su cara curtida por el aire y el sol, en su traje de recia pana, en su justillo de velluda piel de cordero y hasta en el carácter de su dicción, fuertemente marcada con el sello fonético del acento regional. Sus ademanes son sobrios y contenidos y su expresión enérgica, grave y concentrada. Hay una ardiente exaltación en el recogimiento de su gesto y en la fijeza e intensidad de su mirada. No es de extrañar que, como él mismo dice, su espíritu se sienta más compenetrado con el aliento de los campos de Castilla que con el de los huertos levantinos. La dignidad del tono, del ritmo y del concepto, hacen revivir en sus labios en muchos pasajes las resonancias épicas del Romancero."


“Es preferible hablar una lengua humildemente bien, que orgullosamente mal”, nos dejó dicho este hombre ejemplar.

Procedencia de las imágenes:

1.- Fotografía de Tomás Navarro Tomás: entresacada del Archivo gráfico de la Revista Triunfo, donado a nuestra Biblioteca por quien fuera su director, José Ángel Ezcurra. Fue incluida en el artículo de Andrés Amorós, publicado en el n. 870 (29 de septiembre 1979, en su página 44), al poco tiempo de su muerte.
2.- Cubierta del libro-homenaje editado por la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en este mismo año (ISBN 978-84-7788-460-6)
3.- Portada de Nueva Cultura, tomada de la edición facsímil (Madrid : Turner, 1977) realizada para la colección “Biblioteca del 36: revistas literarias de la segunda república española”.