miércoles, 28 de mayo de 2008

FAENAS DE ALIÑO




Es sabido que Miguel Hernández trabajó a las órdenes de José María de Cossío redactando fichas biográficas de toreros con destino final en la enciclopedia LOS TOROS: tratado técnico e histórico. El propio Cossío en su Carta a Luis Ponce de León titulada “Miguel, en la memoria” (La Estafeta Literaria, n. 365, 25 Marzo 1967, p. 15) lo confesaba: “Tuve la fortuna de tenerle a mi lado en la editorial Espasa-Calpe, y en mi libro Los toros, especialmente en el tomo de biografías de toreros...y yo sabría señalar muy bien las biografías de alguna importancia que él escribió...”. Pero no lo hizo, o era más verdad que no lo recordaba. Aún así, en una entrevista con Juan Cano Ballesta (realizada en julio de 1969, en La Casona de Tudanca) afirmó la plena libertad de la que dispuso el oriolano para redactar aquellas biografías, llegando a identificar la del torero Tragabuches como realizada por Miguel Hernández, por esa tendencia del poeta “a dar formas más vivas, dramáticas y novelescas a la narración”. Algo más supimos, también en 1969, cuando Manuel Molina, en aquel hermoso libro suyo que merece reeditarse (Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela), de la malagueña factoría de Ángel Caffrarena para las Publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce, daba a conocer por vez primera dos cartas de Miguel a su amigo Carlos Fenoll, escritas a comienzos del verano de 1936. En una de ellas le dice: “Te mando esa fotografía de Lagartijo y te mandaré algunas de diestros famosos...Ayer he hecho la biografía de Antonio Reverte, un tipo soberbio. La de Espartero, también la tengo hecha. Cuando me toca hacer la historia de un torero de esta clase gozo mucho, porque veo en ellos un corazón como catedrales...”. El ya citado Cano Ballesta decidió publicar la biografía de Tragabuches en el libro hernandiano “Poesía y prosa de guerra y otros textos olvidados”, que realizó junto a Robert Marrast (Ayuso, 1977), argumentando que sólo creyó necesario incluir una muestra, según él la más representativa. Así lo hizo de nuevo, en octubre de 1985, para el número 4 (22 de octubre) de aquella magnífica revista de literatura y toros QUITES entre sol y sombra, que dirigieron en Valencia, Tomás March, Salvador Domínguez, Carlos Marzal y Antonio Doménech. En definitiva, y siguiendo este criterio, la edición de las Obras Completas del oriolano acabarían recogiendo tan sólo esta biografía, como una muestra de su labor biográfico-taurina.


En su correspondencia hay varias referencias que no dejan duda de que Miguel Hernández acabó ciertamente harto de aquellos “monótonos y cornudos asuntos”. Así, a Carmen Conde le confesaba “me angustia seguir haciendo biografías de toreros sin importancia”, y a Juan Guerrero Ruiz, “no puedo soportar más estar días encerrado entre cuatro paredes y agotando mi mano y mi cabeza en cosas que no quiero”. De todos modos, de algo había que malvivir, y como ¡más cornás da el hambre!, aquellos “cuarenta duros” que recibía por su trabajo no sirvieron para ilusionar demasiado a alguien que, establecido ya en la villa y república, tan sólo pretendía triunfar como poeta. Tampoco sería tan ciclópea la empresa como la pintaba en carta con membrete de Espasa-Calpe y desde Ríos Rosas, 26 a su Josefina Manresa: “Me dices en tu primera carta que quieres que te diga qué clase de trabajo es el que hago y es tan complicado decírtelo que no se entenderás cuando te lo diga. Mira estoy haciendo con otro amigo mío muy rico una Enciclopedia taurina, o sea: escribir la vida de todos los toreros que hay y que ha habido ; una faena que me tendrá ocupado muchos años”. Es cierto que, literariamente no fueron más que faenas de aliño, tan parecidas a las que se ve obligado a realizar el diestro cuando la fiera no acompaña, no quedando más remedio que dar dos pases de compromiso y reclamar que salgan las mulillas de inmediato. De todos modos, no dejamos de preguntarnos por cuántos textos de su época de guerra, no menos acertados y realizados igualmente por compromiso como estos, sí fueron recogidos y editados, porqué no recoger, al menos, aquellas biografías de las que el poeta afirmó haber realizado (las páginas que anotamos se corresponden con la edición del tomo III de la enciclopedia Los toros, Madrid, 1945):

José Ulloa, Tragabuches (p. 962-964)
Antonio Reverte Jiménez (p. 770-774)
Manuel García y Cuesta, Espartero (p. 337-343)
Rafael Molina Sánchez, Lagartijo (p. 610-619)

Francisco Martínez Marín, en su biografía de Miguel Hernández añadía (por habérselo referido un aficionado local) que también podía ser suya la ficha de Enrique Vargas González, Minuto (p. 972-975), quien por cierto inauguró el 31 de agosto de 1907 la Plaza de Toros de Orihuela, junto a Lagartijillo Chico y Bienvenida. Y, puestos a fabular, ¿acaso no fuera suya la biografía de Ignacio Sánchez Mejías (p. 875-881) ante cuya muerte el oriolano dejara escrito su poema “Citación- fatal”, que intentó, sin éxito, publicar en el ABC.? ¡Hoy, quién lo sabe!



(NOTA: Las ilustraciones de esta entrada son del pintor murciano Ramón Gaya)

martes, 20 de mayo de 2008

Rafael Montesinos revisitado


Hace poco, dedicamos una entrada a reseñar la antología “Poesía taurina contemporánea”, editada en 1960 por la barcelonesa Editorial RM y con selección, prólogo y notas de Rafael Montesinos. Las críticas que, en su día, localizamos sobre esta obra (de Leopoldo de Luis en los Papeles de Son Armadans, y de Aquilino Duque en Índice) nada indicaban al respecto de que hubiera sido realizada expresamente por Montesinos para el editor Ramón Juliá. Estos días, en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Alicante, hemos localizado un ejemplar del semanario gráfico de los toros EL RUEDO (año XVI, n. 766, Madrid 26 de febrero de 1959) que desvela que Rafael Montesinos mantuvo (no sabemos durante cuánto tiempo) una página-sección titulada Los toros y la poesía, origen, sin lugar a dudas, de su libro final que, aunque con pie de imprenta en 1960, no aparecería hasta mediados de 1961.

En este número, ahora recuperado, se reproducen los sonetos de El rayo que no cesa:

Silencio de metal triste y sonoro (soneto 14)
El toro sabe al fin de la corrida (soneto 17)
Como el toro he nacido para el luto (soneto 23)
La muerte, toda llena de agujeros (soneto 28)

que, posteriormente y como se dijo, fueron recogidos en el libro. Se insertó, asimismo, la conocida fotografía de Miguel Hernández que abría su libro Viento del pueblo (Valencia : Socorro Rojo, 1937). Hemos sabido que, unos meses después, y en el n. 817 de El Ruedo (Madrid, 18 Febrero 1960) Montesinos dedicó otro capítulo de su serie a Miguel Hernández, incluyendo esta vez el soneto 26 de El rayo que no cesa (Por una senda van los hortelanos) y el poema taurino Citación fatal (Se citaron los dos para en la Plaza) que no recogería finalmente en el libro. Al frente, figura la siguiente nota:

Un gran poeta español vuelve hoy a nuestra sección con sus versos. Al nombrar a Miguel Hernández, nombramos la más recia originalidad poética de los últimos veinte años de nuestra poesía. Citación fatal, escrito a la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, es uno de los primeros poemas de Miguel Hernández. Y si es verdad que en estos versos existe la indecisión propia de los primeros pasos, también es cierto que hay en ellos un indiscutible aire anunciador de la fuerte personalidad del poeta. Una lectura sosegada de esta larga poesía nos descubrirá entre versos balbucientes, otros de indiscutible empuje y de belleza arrolladora. Perfecto por sus cuatro costados, y criatura indiscutible de Miguel Hernández, es el hondo y precioso soneto que hemos seleccionado de su libro El rayo que no cesa. Toda la belleza del paisaje va a desembocar en la insólita figura del toro, porque tan irresistible es la humanidad de Miguel Hernández que hasta el toro, tocado por su palabra, se humana hasta derramarse en llanto por la ribera de sus versos. Es asombroso comprobar que entre el primer poema y el soneto que le sigue apenas existen dos años de diferencia. ¿Prisa por realizar la propia obra? ¿Corazonada tal vez? Miguel Hernández murió trágicamente a los treinta y dos años, legándonos una de las obras más acabadas y originales de toda la poesía española. RAFAEL MONTESINOS.

En el número 766 de nuestra revista, correspondiente al 26 de febrero de 1959, publicamos cuatro sonetos de El rayo que no cesa y una amplia reseña sobre Miguel Hernández. A ella remitimos al lector, dado que la gran extensión de los poemas publicados hoy no nos permiten disponer del espacio necesario para comentarlos más extensamente.


Como ilustración de esta página se utilizó el dibujo de Martínez de León “Cogida mortal de Sánchez Mejías en Manzanares”.

De Andrés Martínez de León, genial dibujante republicano, recordamos las viñetas del personaje creado por él durante la guerra, Oselito, que compartieron página con los versos de Miguel Hernández en la efímera publicación Frente Extremeño : Periódico del Altavoz del Frente de Extremadura. Así, entre otros, en el n. 3 (Domingo 27 junio 1937) figuraron juntos el poema Vientos del pueblo me llevan y unas viñetas de Oselito que se anunciaba formaban parte de historietas que iba a publicar para las trincheras Altavoz del Frente de Extremadura. En algún lugar hemos leído que Martínez de León (1895-1978) compartió con Miguel Hernández la debacle y desbandada del Madrid de 1939. También detenido, fue condenado a pena de muerte por su colaboración con la República, conmutada luego a treinta años y un día de reclusión. En 1945 sería indultado. Antes, como enviado de La Voz, había viajado, asimismo, a Rusia, publicando a su regreso “Oselito en Rusia”, en donde recogió anotaciones y viñetas de su periplo europeo, así como sus experiencias e impresiones del socialismo soviético.

viernes, 18 de enero de 2008

Carta a un amigo



Aitor: de tus manos, siempre tan generosas con nosotros, hemos recibido la colección completa de la revista RUMBOS (qué tú nos envías para realizar copia digital e incorporar a nuestra base de datos “Miguel Hernández periodista”, que como sabes ya contiene cerca de 150 referencias) editada en Talavera de la Reina, en 1935, por aquel pintoresco escultor llamado Víctor González Gil, y al que Miguel debió conocer a través del pintor oriolano Francisco de Díe. A la vista de estas hojas, ya amarillas por el paso del tiempo, de estos papeles viejos tantas veces perseguidos, es inevitable que nos haya quedado un regusto extraño, apenas tintado por el color de la melancolía. Digámoslo claro, no fue una gran revista, aunque, y digámoslo con idéntica claridad, qué pocas de aquellas han resistido el paso del tiempo. Con todo y con eso, a la decepción inicial, ha seguido la alegría de poder contemplar en la primera página de su número 2 (del 15 de junio de 1935), el soneto “Pastora de mis besos”, que en ese momento, y tú bien lo sabes, no era otra cosa que uno de aquellos silbos que ensayaba como gorgoritos nuestro poeta, en aquel titánico empeño por encontrar su voz, evitando el empleo de aquellas otras prestadas, ¡cuánto le costó encontrar el tono!, y que a la postre vendría a formar parte de su libro El rayo que no cesa (como soneto 11), si bien aquí apareció despojado de aquel título pastor, aunque manteniendo ese inigualable endecasílabo inicial, aquel lastimero “Te me mueres de casta y de sencilla”, tan único de Miguel y especialmente dedicado a aquella modistilla con la que andaba en disputa, su Josefina Manresa, mientras gozaba de los favores de aquella alocada pintora. Hemos visto que el poema apareció impreso junto a unos alambicados Retazos del propio Víctor González Gil, que este realizó tan a la manera de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, y podido advertir que contiene una simpática errata tipográfica final, al figurar fechado en Madrid-Febrero-1335, junto al nombre de su autor. Sabes que, y esta vez sí, sin errores, del 1 de febrero de 1935, es la conocida carta que desde Orihuela dirigió Miguel al talaverano, y que reprodujo en facsímil Muñoz Hidalgo en la página 91 de su “Cómo fue Miguel Hernández”, junto a un retrato que Víctor le realizara y que, según nos cuentas, todavía conserva su familia:

Víctor, supongo que te habrán aumentado la subvención en la Diputación de tu provincia castellanísima ya que has abandonado tu pintoresco estudio donde tenías radio, y luna y gatos en las noches sobre los tejados... No precisas dirección para escribirme: con poner mi nombre y mi pueblo basta. Aquí me conocen hasta las ratas.

Ahora hemos podido saber que la revista, subtitulada con el tan pomposo lema de “Mensual de las artes y de la vida”, publicó sus 5 números entre mayo y septiembre de aquel año de 1935, y que precisamente (y ya es casualidad), en ese mismo número segundo, publicó, tal vez sus primeros versos, otro conocido poeta, que aquí firmaba como R. Morales Casas, y que no es otro que el Rafael Morales, con quien, en la inmediata posguerra, José Luis Cano, inauguró sus Adonais, editando aquellos Poemas del toro, que tanto suenan a Miguel. Cuantas cosas más debieron pasar en aquellos días de luna y gatos, de los que algo más hemos aprendido a través del catálogo que nos envías, “Víctor González Gil, 1912-1992”, editado en el 2006 por el Ayuntamiento de Talavera, aunque, por hoy y si no te importa, conviene aquí y así dejarlo.

jueves, 29 de noviembre de 2007

En la biblioteca de un ilustrado

Apenas sabíamos de la vida y milagros del Padre Alfons Roig (Bétera 1903-Gandía 1987) hasta que ahora nos han sido desvelados en su totalidad, a través del estupendo catálogo-documenta Alfons Roig (1903-1987) : una vida dedicada a l'art, que no es otra cosa que el recuerdo de la exposición celebrada en el Colegio Mayor Rector Peset de Valencia entre el 15 de junio y el 31 de agosto de este año, organizada por el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MUVIM) y comisariada por el crítico de arte Juan Manuel Bonet.

El hecho de que María Zambrano le dedicara su artículo-homenaje Presencia de Miguel Hernández (El País-Arte y Pensamiento, domingo 9 de julio de 1978, p. VI-VII) fue lo suficientemente expresivo en sí mismo, como para darnos a entender que su relación con el mundo hernandiano no era una cuestión baladí: “Para don Alfonso Roig, que admirablemente, en tiempos de impenetrable oscuridad, derramó palabras verdaderas con la obstinación del agua”. En su Archivo, figura una carta de María Zambrano, de 13 de noviembre de 1974, en la que podemos leer: “Ya sé que Andreu le llevó los librillos míos que le di y también Hora de España XXIII y que no olvidaría las cuartillas que hice sobre Miguel Hernández. Como verá, no puedo salirme de la experiencia personal, no puedo rebasar el testimonio. No he podido escribir nada sobre su poesía porque él, Miguel Hernández en persona, se me presenta. Un ser de pureza y de amor que, de no haber recibido el mandato de la poesía, apenas habría hablado; no opinaba ni emitía juicios. Ahora, sí, cuando emitía alguno, a veces con una cancioncilla o una risita, resultaba justísimo...” Y en otra, de 12 de enero de 1978, le dice: “Malas noticias del mundo editorial español. Dejé de recibir la Revista de Occidente y al darme cuenta escribí unas líneas a Ortega Spottorno, preguntándole cuando aparecería lo de Miguel Hernández, a ti dedicado. No he tenido hasta ahora contestación suya, pero sí una carta de la Administración notificando a los suscriptores que la revista será trimestral y que en enero saldrá. Si en este número no viene, escribiré a Ortega diciéndole que lo enviaré a otra publicación, que pienso será Ínsula...” Como queda dicho, este texto suyo aparecería por fín en el Diario El País.

En 1999 la Institució Alfons el Magnànim editó un “libro de libros”, o el catálogo de su biblioteca (5.800 volúmenes) que él había donado en 1985, poco antes de morir, a la Diputación de Valencia, junto con su colección de obras de arte. Del prólogo, entresacamos: “descubrimos una pasión monográfica – nada menos que 19 fichas – por Miguel Hernández, pasión alimentada por la amistad con Manuel Molina y con la viuda del poeta”. Es verdad que si bien no encontraremos primeras o raras ediciones hernandianas, el poeta oriolano está bien representado entre sus libros. Repasando su admirable biblioteca, averiguamos de inmediato que estamos ante un hombre ilustrado, ante un erudito, ante alguien que cree firmemente en la vida, ante un hombre que miró al mundo con los ojos de la tolerancia, ante alguien que amó a los hombres libres, independientemente de que compartiera o no sus creencias, ante alguien que desafió la ignorancia en uno de los momentos más oscuros de nuestra historia más reciente. Tal vez por ello entendamos el círculo de sus amistades: Bergamín, Prados, Zambrano, Alberti, Cernuda, Bousoño, Celaya, Carmen Conde..., por sólo citar casos literarios.






Hemos tenido, asímismo, acceso al catálogo titulado Alfons Roig i els seus amics, editado por la Diputación de Valencia en 1988, en el que figura parte de su correspondencia con Vicente Aleixandre, José Luis Cano, María Zambrano, Emilio Prados, Josefina Manresa y Carlos Fenoll. En muchas de ellas, las referencias a Miguel Hernández son constantes, y en alguna, tema monográfico. Así, por ejemplo, copiamos parte de la carta que le escribió desde Barcelona, el 13 de junio de 1968, Carlos Fenoll: “... Efectivamente, padre: nuestro maravilloso hermano y poeta Manolo Molina me habló de usted cuando le visité en Alicante el pasado mes de abril, por cierto, con mucho entusiasmo y gran admiración por su persona, por lo que a mí me hubiera gustado extraordinariamente haber podido saludarle en aquella ocasión, pues ya sabe que hasta coincidimos en Orihuela sin enterarnos de ello... Sinceramente, me ha conmovido su asombrada emoción, porque es profundamente reveladora de su amor apasionado por todo lo noble, auténtico, no falseado de la vida; amor, en este caso, centrado en la limpia y ardiente humanidad de Miguel Hernández, y en su obra, fiel reflejo de ella; en nuestros Sijés, de tan fina inteligencia, de tan exquisita, casi dolorosa sensibilidad, y, en definitiva, en todos los que contribuimos a crear con nuestro fabuloso entusiasmo – tan fabuloso como nuestra pobreza material – aquel ambiente de pasión literaria en Orihuela, que había de tener tan formidable consecuencia en la historia de la literatura española, y en la historia literaria universal, dándoles un genio de la poesía; y dándole al conocimiento también universal, la revelación, la medida exacta de lo que es un verdadero hombre libre; profunda, dramáticamente libre, libre hasta la muerte: Miguel. Nuestro Miguelillo. El es nuestro dolor, nuestro amor, nuestra gloria. Sí, su gloria nos es familiar como un pan compartido, que él comparte con sus hermanos; lo mismo que lo fue su corazón...” En este mismo libro, figura, (en la p. 21), un texto del poeta Manuel Molina, El profesor Alfonso Roig y el poeta Miguel Hernández, que aquí reproducimos por su interés y remate a estos escasos, aunque escogidos datos de quien sin duda fue un hombre admirable



miércoles, 14 de noviembre de 2007

Acuse de recibo

Aún a riesgo de que este blog pueda llegar a parecerse al Negociado de los Bombos Mutuos (o el lugar de los comentarios recíprocos), debemos reseñar y dar cuenta de la última salida en papel de la revista Perito (Literario-Artístico) (número 18, noviembre 2007) recibida de las siempre generosas manos de su director y coordinador, Ramón Fernández Palmeral, anotando que, como sus anteriores números, éste puede también leerse, en su versión digital, en el sitio web de la revista.
Abren con un buen artículo del profesor Jesucristo Riquelme, Invitación a la poesía. Miguelhernández: compromiso que no cesa (p. 3-5), una muestra más de su reiterado fervor y buen hacer hernandianos. Este texto es una ampliación del que ya apareciera en el semanario La Vega es (n. 149 del 24 de enero de 2003) con el título entonces de El espíritu hernandiano (I): Que en las venas de la tierra se escogió. Para hacerse una idea del tono, basten estas palabras escogidas: “... un ciudadano de humilde extracción con un deseo intuitivo e irrefrenable de ser escritor, y que, en apenas cinco años... pasa del anonimato a erigirse en prototipo de poeta del pueblo, todo un símbolo que identifica vida y poesía”. Tan sólo la literatura pudo justificar una vida tan desgraciada en sí misma. Miguel Hernández quiso ser poeta, él se sabía poeta (María Zambrano, ya lo advertía en su carta a Ramón Pérez Álvarez de 11 de enero de 1979: si Federico García Lorca es el símbolo del poeta asesinado, Miguel lo es del hombre que no podía ser sino poeta). Luego la vida, tan desatenta, no quiso acompañarle, viéndose obligado a considerar “la literatura como antídoto de la desesperación”. Si como el toro nació para el luto y el dolor, con su instinto acertó a dejarnos un puñado de poemas que, todavía hoy, nos maravillan y conmueven. Quien sabe sentir, sabe decir, dejó escrito Unamuno, y, ciertamente, el oriolano sintió y dijo.
En la página 6 se reproduce, y es lástima que sólo en parte, nuestra entrada del miércoles 19 de septiembre pasado que titulamos El lápiz rojo. Y decimos que es lástima, pues tiene poco sentido insertar solamente nuestra glosa y no lo que realmente importa, a saber, el texto de periodista Manuel Cerezales, que fuera tan enérgicamente censurado en su día y que permaneció inédito hasta ahora en que ha sido rescatado del Archivo de Juan Guerrero Zamora. Hubiera bastado con anotar un enlace directo con la dirección electrónica de estos jardines, para que el lector interesado pueda conocer y juzgar un documento casi perdido.

A continuación, y entre las páginas 7-10, figura un artículo del propio Fernández Palmeral, Miguel Hernández en Juan Rejano, del que debemos, empleando aquello que se conoce como fuego amigo, anotar algunas imprecisiones, como por ejemplo que no son de Rejano los libros que se le atribuyen, Poesías de la guerra (1937) y Héroes del sur (1938), sino de Pedro Garfias, aunque de todos modos, y ya en el exilio, Garfias recogió su voz más comprometida en un nuevo libro que tituló Poesías de la guerra española (México : Ediciones Minerva, 1941), con prólogo, esta vez sí, de Juan Rejano, fechado en julio de 1941 y titulado Memoria de una poesía (p. 5-13) y viñeta en la cubierta de Miguel Prieto (este libro puede visitarse en la web del Centro Asturiano de México). Asimismo, publicó Garfias en México un breve libro titulado Elegía a la presa de Dniesprostroi (Ediciones Diálogo, 1943) que contenía 4 cantos: Oda a Stalingrado, A la muerte de José Díaz, Canto a Stalin, y el que daba título al libro. Así también nos parece que queda corto nuestro buen amigo Fernández Palmeral cuando menciona, sólo de pasada, que Rejano dirigió durante diez años la Revista Mexicana de Cultura. En 1947 se le encargó crear y dirigir esta revista, que no fue otra cosa que el suplemento dominical de cultura del periódico El Nacional, y que él, efectivamente dirigió con acierto entre 1947 y 1957, pero también desde 1969 hasta 1975, un año antes de su muerte. En él fue publicando su conocida sección CUADERNILLO DE SEÑALES, en la que dedicó, que sepamos, dos entregas a Miguel Hernández (el 27 de octubre 1942 y el 14 de diciembre 1952), que en su día recibimos para nuestra sección desde el Archivo Central del P.C.E y desde la Fundación Juan Rejano, en donde le homenajearon con una exposición de la que nos queda el magnífico catálogo Juan Rejano: memoria de un exilio (Ayuntamiento de Puente Genil, 2000), con acertadísimo texto de María Teresa Hernández Fernández, tal vez quien mejor conoce entre nosotros de su vida y obra. En cuanto al poema dedicado por Juan Rejano a la muerte de Miguel Hernández y que se reproduce en la revista, tan sólo indicar que, previamente a su inclusión en el Libro de los Homenajes (México: U.N.A.M., 1961) había aparecido en la revista editada en México por los exiliados afines al Partido Comunista de España (entre otros, Miguel Prieto, José Renau, Wenceslao Roces, Luisa Carnés, Pedro Garfias, Juan Rejano, Adolfo Sánchez Vázquez), y dirigida por Juan Vicens, Nuestro Tiempo: revista española de Cultura (año I, número 1, julio 1949, páginas 48-50). Algún día debemos conseguir una copia de la cinta que, procedente del Archivo Histórico de Radio España Independiente, fue entregada en los 80 en el Archivo Central del P.C.E.: en ella y precedida de unas palabras de Juan Rejano figura la voz de Miguel Hernández recitando la Canción del esposo soldado.
Bajo el epígrafe Hernandianos, y entre las páginas 11-13 figura la bibliografía dedicada a Miguel Hernández por el profesor Juan Cano Ballesta. Toda una vida.
Por último, figuran referencias al oriolano en el artículo (páginas 16-19) "Ilustres damas españolas: “Centenario del nacimiento de Carmen Conde Abellán (1907-2007)”, escrito por Manuel-Roberto Leonís.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Los sonetos taurinos de un arrebatado poeta


En nuestra rebusca, acabamos de adquirir en una librería de viejo y para nuestros fondos, la edición realizada por el poeta sevillano Rafael Montesinos (1920-2005), de su conocida y cuidada antología, POESÍA TAURINA CONTEMPORÁNEA (Barcelona : Editorial RM, 1960). En ella, y además de poemas de Manuel Machado, Fernando Villalón, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Rafael Morales, figuran unos pocos aunque escogidos de Miguel Hernández, entre las páginas 113-117. Se trata de los sonetos 14, 17, 23, 26 y 28 de El rayo que no cesa, y cuyos primeros versos son:

- Silencio de metal triste y sonoro
- El toro sabe al fin de la corrida
- Como el toro he nacido para el luto
- Por una senda van los hortelanos
- La muerte, toda llena de agujeros

La aparición de este bello libro fue, en su día, reseñada por Leopoldo de Luis para los Papeles de Son Armadans (año 7, tomo 25, n. 75 junio 1962, p. 338-340), anotando que para el poeta oriolano, el toro no fue otra cosa que el símbolo de un destino trágico, que él mismo llegó a identificar con su propio sino. Años después, este mismo crítico, en su artículo Miguel Hernández en julio de 1935: (El tema del toro) (Ínsula, n. 400-401, marzo-abril de 1980, p. 6) daba noticia de la consulta por él realizada en la Casona de Tudanca de los materiales hernandianos allí custodiados, concluyendo que los sonetos taurinos pudieron ser escritos durante el año 1935, coincidiendo con los trabajos relacionados con el tema, que Miguel Hernández realizaba entonces para José María de Cossío (debe recordarse la carta del 14 de julio de ese mismo año, del poeta a Cossío: Aquí me tiene usted rodeado de cuernos por todas partes).

Rafael Montesinos, poeta de estirpe becqueriana (para la misma editorial realizó, años más tarde, su indispensable Bécquer : biografía e imagen (Barcelona: RM, 1977), alentó durante años, y al amparo del Instituto de Cultura Hispánica, la Tertulia Literaria Hispanoamericana. Datos sobre su biografía pueden extraerse en el buen libro de Alberto Guallart, Rafael Montesinos: la memoria irreparable (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2007). En él hemos obtenido la fotografía que reproducimos y en cuyo pie se indica textualmente: Ante el nicho de Miguel Hernández. Alicante, 1959.

Merece la pena, hoy, rescatar del prólogo que escribiera para la Antología, las líneas que dedicó Montesinos a nuestro poeta, puede que las únicas (páginas 26-28):


Colofón genial y malogrado de la Generación del 27 es el arrebatado poeta Miguel Hernández. Allá en sus años niños, Miguel pastoreó el ganado paterno por los paisajes orcelitanos, y aquella directísima y auténtica comunión con la Naturaleza imprimió a su verso esa bronca personalidad, esa rudeza suya tan poética e inconfundible. Su mejor poesía es como un toro furioso que, desmandado e incontenible, se le escapa del pecho; un vendaval sonoro que nos gana desde el primer momento, arrastrándonos a las más insospechadas lejanías.
Que no se pierda esta voz, este acento, este aliento joven de España, dijo Juan Ramón Jiménez al enfrentarse con la poesía de Miguel Hernández. Y el eco de aquella voz –su espíritu humanísimo, más que su acento—perdura aún en las jóvenes generaciones de poetas. Es verdad, tanta humanidad trajo Miguel Hernández a la poesía de nuestro tiempo que hasta el toro llora humanamente por el hondón de su verso, olvidando que es toro y masculino.
Tempranamente tocó el gran poeta el tema del toro. Dos de sus primeros poemas se llaman precisamente Corrida Real y Citación fatal. Son unos poemas éstos donde la fiesta, descrita minuciosamente, está tratada desde el exterior, con tintas planas de cartel de toro, con pinceladas suaves y diluidas, lejos aún de esos colores fuertes y sombríos, de esos enérgicos golpes de espátula que iban a formar, con el tiempo, la personalidad arrolladora e inconfundible de Miguel Hernández.
Dada la rapidísima y prodigiosa formación del poeta, tanta es la distancia que media entre esos primerísimos versos suyos y los sonetos de El rayo que no cesa, que nos hemos atrevido a hermanarlos en las páginas de este libro.
No es necesario comentar los cinco geniales sonetos de Miguel Hernández que hemos seleccionado para nuestra antología. Desde el primero, esa prodigiosa estampa de toro encelado, cubriendo de amorosas y cálidas cornadas los trebolares tiernos, hasta el último, donde el poeta invita a la muerte –que acudió, vaya que si acudió—a pastar la trágica grama de su propio corazón, el lector podrá apreciar la gran fuerza de este extraordinario poeta español de sino trágico, tempranamente muerto cuando más se esperaba de su portentosa voz.
Para vaticinar su destino, Miguel Hernández quiso usar, como había hecho antes tantas veces, imágenes y alusiones taurinas:

De sangre en sangre vengo,
como el mar de ola en ola,
de color de amapola el alma tengo,
y amapola sin suerte es mi destino,
y llego de amapola en amapola
a dar en la cornada de mi sino

miércoles, 19 de septiembre de 2007

El lápiz rojo

La Fundación Cultural Miguel Hernández recibió en el 2005, y de manos de Alejandra Guerrero Torray todo cuanto quedó del archivo de su padre, Juan Guerrero Zamora (1927-2002), relacionado con Miguel Hernández, y que hoy reposa, convenientemente ordenado y catalogado, en nuestra sección hernandiana. Al final, y como casi siempre, tan sólo los restos de un naufragio. A este fondo (AJGZ) acudiremos en más de una ocasión en la deriva que nos hemos propuesto realizar por este río, con la certeza de que en el mismo se contienen algunos documentos de interés (cartas, manuscritos, artículos y recortes de prensa y revistas, fotografías).

El propio Guerrero, entre las páginas 1 a 10 de aquel polémico, malgré soi, libro que tituló “Proceso a Miguel Hernández: el sumario 21.001” (Madrid : Dossat, 1990), se vio en la obligación de realizar un relato-recuerdo de cuanto sucedió tras la publicación de sus dos primeros libros sobre el oriolano, a saber, su “Noticia sobre Miguel Hernández” (1951), y su “Miguel Hernández, poeta (1910-1942)” (1955), del que hoy nos interesa hablar: así fue que, estando ya en prensa por la imprenta del Instituto de Cultura Hispánica, esta edición se vio salpicada por una agria polémica (que algún día visitaremos, y en la que se vieron envueltos, entre otros, Jorge Vigón y Dionisio Ridruejo) a raíz de la aparición de la breve Noticia sobre Miguel Hernández. Fue la polvareda de tal envergadura que el ICH tuvo que negar, varias veces como Judas, que hubiera tenido el propósito de editar este libro. Se pudo leer, entonces, desde, “cualquier español identificado con el Movimiento nacional debe sentir repugnancia a lanzar ni anunciar siquiera un libro semejante”, hasta “¡aún tendremos que pedir perdón a Líster!”. Santiago Magariños, director de la editorial del ICH, al parecer, tuvo que exiliarse tras la que se organizó, no sin antes entregar a su autor el original único de aquella obra y un juego de pruebas de imprenta. Pasado el tiempo, quien había sido ministro de Justicia del gobierno de Franco y prologado aquel terrorífico “Causa general : la dominación roja en España”, Eduardo Aunós, hacía poco que regentaba la editorial Ediciones y Publicaciones, solicitando a Guerrero, para su colección El Grifón de Plata, este libro, firmándose el contrato de edición el 12 de abril de 1954. Tras un primer y obligatorio pase por la censura, fue prohibida su salida, siendo posteriormente Florentino Pérez Embid quien, con condiciones pactadas, autorizó que viera la luz el 20 de mayo de 1955. Nos dirá: “la recepción crítica fue, dicho sea sin vanidad, entusiasta. Pero sólo tuvieron tiempo de manifestarla Enrique Sordo en REVISTA y Antonio Valencia en ARRIBA. Un tercer análisis, no menos encomiástico y debido a la pluma de Manuel G. Cerezales, sólo pude conocerlo por las galeradas—del diario INFORMACIONES—que su autor me envió confirmándome lo que el fatídico lápiz rojo había escrito encabezando aquellas: NO AUTORIZADO...” Casi la totalidad de la edición tuvo que ser enviada por Aunós a las Américas para ser allí vendida y ante el inminente aviso de secuestro dictado por Juan Aparicio. Tal vez sea esta la razón de que en el catálogo de las Bibliotecas Públicas del Estado que ya contiene cerca de 9 millones de registros tan sólo figuren 8 ejemplares de este libro.

Hoy hemos querido alumbrar aquel texto de Manuel Cerezales (1909-2005), “no autorizado” por el lápiz rojo de la censura y que no pudo ser publicado por el madrileño INFORMACIONES. El texto llegó hasta Juan Guerrero con la siguiente nota:

“Manuel G. Cerezales saluda afectuosamente a Juan Guerrero Zamora y le envía las galeradas de un artículo—cuya publicación no fue autorizada—sobre el libro Miguel Hernández”