

En su correspondencia hay varias referencias que no dejan duda de que Miguel Hernández acabó ciertamente harto de aquellos “monótonos y cornudos asuntos”. Así, a Carmen Conde le confesaba “me angustia seguir haciendo biografías de toreros sin importancia”, y a Juan Guerrero Ruiz, “no puedo soportar más estar días encerrado entre cuatro paredes y agotando mi mano y mi cabeza en cosas que no quiero”. De todos modos, de algo había que malvivir, y como ¡más cornás da el hambre!, aquellos “cuarenta duros” que recibía por su trabajo no sirvieron para ilusionar demasiado a alguien que, establecido ya en la villa y república, tan sólo pretendía triunfar como poeta. Tampoco sería tan ciclópea la empresa como la pintaba en carta con membrete de Espasa-Calpe y desde Ríos Rosas, 26 a su Josefina Manresa: “Me dices en tu primera carta que quieres que te diga qué clase de trabajo es el que hago y es tan complicado decírtelo que no se entenderás cuando te lo diga. Mira estoy haciendo con otro amigo mío muy rico una Enciclopedia taurina, o sea: escribir la vida de todos los toreros que hay y que ha habido ; una faena que me tendrá ocupado muchos años”. Es cierto que, literariamente no fueron más que faenas de aliño, tan parecidas a las que se ve obligado a realizar el diestro cuando la fiera no acompaña, no quedando más remedio que dar dos pases de compromiso y reclamar que salgan las mulillas de inmediato. De todos modos, no dejamos de preguntarnos por cuántos textos de su época de guerra, no menos acertados y realizados igualmente por compromiso como estos, sí fueron recogidos y editados, porqué no recoger, al menos, aquellas biografías de las que el poeta afirmó haber realizado (las páginas que anotamos se corresponden con la edición del tomo III de la enciclopedia Los toros, Madrid, 1945):
José Ulloa, Tragabuches (p. 962-964)
Antonio Reverte Jiménez (p. 770-774)
Manuel García y Cuesta, Espartero (p. 337-343)
Rafael Molina Sánchez, Lagartijo (p. 610-619)
Francisco Martínez Marín, en su biografía de Miguel Hernández añadía (por habérselo referido un aficionado local) que también podía ser suya la ficha de Enrique Vargas González, Minuto (p. 972-975), quien por cierto inauguró el 31 de agosto de 1907 la Plaza de Toros de Orihuela, junto a Lagartijillo Chico y Bienvenida. Y, puestos a fabular, ¿acaso no fuera suya la biografía de Ignacio Sánchez Mejías (p. 875-881) ante cuya muerte el oriolano dejara escrito su poema “Citación- fatal”, que intentó, sin éxito, publicar en el ABC.? ¡Hoy, quién lo sabe!
