jueves, 29 de noviembre de 2007

En la biblioteca de un ilustrado

Apenas sabíamos de la vida y milagros del Padre Alfons Roig (Bétera 1903-Gandía 1987) hasta que ahora nos han sido desvelados en su totalidad, a través del estupendo catálogo-documenta Alfons Roig (1903-1987) : una vida dedicada a l'art, que no es otra cosa que el recuerdo de la exposición celebrada en el Colegio Mayor Rector Peset de Valencia entre el 15 de junio y el 31 de agosto de este año, organizada por el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MUVIM) y comisariada por el crítico de arte Juan Manuel Bonet.

El hecho de que María Zambrano le dedicara su artículo-homenaje Presencia de Miguel Hernández (El País-Arte y Pensamiento, domingo 9 de julio de 1978, p. VI-VII) fue lo suficientemente expresivo en sí mismo, como para darnos a entender que su relación con el mundo hernandiano no era una cuestión baladí: “Para don Alfonso Roig, que admirablemente, en tiempos de impenetrable oscuridad, derramó palabras verdaderas con la obstinación del agua”. En su Archivo, figura una carta de María Zambrano, de 13 de noviembre de 1974, en la que podemos leer: “Ya sé que Andreu le llevó los librillos míos que le di y también Hora de España XXIII y que no olvidaría las cuartillas que hice sobre Miguel Hernández. Como verá, no puedo salirme de la experiencia personal, no puedo rebasar el testimonio. No he podido escribir nada sobre su poesía porque él, Miguel Hernández en persona, se me presenta. Un ser de pureza y de amor que, de no haber recibido el mandato de la poesía, apenas habría hablado; no opinaba ni emitía juicios. Ahora, sí, cuando emitía alguno, a veces con una cancioncilla o una risita, resultaba justísimo...” Y en otra, de 12 de enero de 1978, le dice: “Malas noticias del mundo editorial español. Dejé de recibir la Revista de Occidente y al darme cuenta escribí unas líneas a Ortega Spottorno, preguntándole cuando aparecería lo de Miguel Hernández, a ti dedicado. No he tenido hasta ahora contestación suya, pero sí una carta de la Administración notificando a los suscriptores que la revista será trimestral y que en enero saldrá. Si en este número no viene, escribiré a Ortega diciéndole que lo enviaré a otra publicación, que pienso será Ínsula...” Como queda dicho, este texto suyo aparecería por fín en el Diario El País.

En 1999 la Institució Alfons el Magnànim editó un “libro de libros”, o el catálogo de su biblioteca (5.800 volúmenes) que él había donado en 1985, poco antes de morir, a la Diputación de Valencia, junto con su colección de obras de arte. Del prólogo, entresacamos: “descubrimos una pasión monográfica – nada menos que 19 fichas – por Miguel Hernández, pasión alimentada por la amistad con Manuel Molina y con la viuda del poeta”. Es verdad que si bien no encontraremos primeras o raras ediciones hernandianas, el poeta oriolano está bien representado entre sus libros. Repasando su admirable biblioteca, averiguamos de inmediato que estamos ante un hombre ilustrado, ante un erudito, ante alguien que cree firmemente en la vida, ante un hombre que miró al mundo con los ojos de la tolerancia, ante alguien que amó a los hombres libres, independientemente de que compartiera o no sus creencias, ante alguien que desafió la ignorancia en uno de los momentos más oscuros de nuestra historia más reciente. Tal vez por ello entendamos el círculo de sus amistades: Bergamín, Prados, Zambrano, Alberti, Cernuda, Bousoño, Celaya, Carmen Conde..., por sólo citar casos literarios.






Hemos tenido, asímismo, acceso al catálogo titulado Alfons Roig i els seus amics, editado por la Diputación de Valencia en 1988, en el que figura parte de su correspondencia con Vicente Aleixandre, José Luis Cano, María Zambrano, Emilio Prados, Josefina Manresa y Carlos Fenoll. En muchas de ellas, las referencias a Miguel Hernández son constantes, y en alguna, tema monográfico. Así, por ejemplo, copiamos parte de la carta que le escribió desde Barcelona, el 13 de junio de 1968, Carlos Fenoll: “... Efectivamente, padre: nuestro maravilloso hermano y poeta Manolo Molina me habló de usted cuando le visité en Alicante el pasado mes de abril, por cierto, con mucho entusiasmo y gran admiración por su persona, por lo que a mí me hubiera gustado extraordinariamente haber podido saludarle en aquella ocasión, pues ya sabe que hasta coincidimos en Orihuela sin enterarnos de ello... Sinceramente, me ha conmovido su asombrada emoción, porque es profundamente reveladora de su amor apasionado por todo lo noble, auténtico, no falseado de la vida; amor, en este caso, centrado en la limpia y ardiente humanidad de Miguel Hernández, y en su obra, fiel reflejo de ella; en nuestros Sijés, de tan fina inteligencia, de tan exquisita, casi dolorosa sensibilidad, y, en definitiva, en todos los que contribuimos a crear con nuestro fabuloso entusiasmo – tan fabuloso como nuestra pobreza material – aquel ambiente de pasión literaria en Orihuela, que había de tener tan formidable consecuencia en la historia de la literatura española, y en la historia literaria universal, dándoles un genio de la poesía; y dándole al conocimiento también universal, la revelación, la medida exacta de lo que es un verdadero hombre libre; profunda, dramáticamente libre, libre hasta la muerte: Miguel. Nuestro Miguelillo. El es nuestro dolor, nuestro amor, nuestra gloria. Sí, su gloria nos es familiar como un pan compartido, que él comparte con sus hermanos; lo mismo que lo fue su corazón...” En este mismo libro, figura, (en la p. 21), un texto del poeta Manuel Molina, El profesor Alfonso Roig y el poeta Miguel Hernández, que aquí reproducimos por su interés y remate a estos escasos, aunque escogidos datos de quien sin duda fue un hombre admirable



miércoles, 14 de noviembre de 2007

Acuse de recibo

Aún a riesgo de que este blog pueda llegar a parecerse al Negociado de los Bombos Mutuos (o el lugar de los comentarios recíprocos), debemos reseñar y dar cuenta de la última salida en papel de la revista Perito (Literario-Artístico) (número 18, noviembre 2007) recibida de las siempre generosas manos de su director y coordinador, Ramón Fernández Palmeral, anotando que, como sus anteriores números, éste puede también leerse, en su versión digital, en el sitio web de la revista.
Abren con un buen artículo del profesor Jesucristo Riquelme, Invitación a la poesía. Miguelhernández: compromiso que no cesa (p. 3-5), una muestra más de su reiterado fervor y buen hacer hernandianos. Este texto es una ampliación del que ya apareciera en el semanario La Vega es (n. 149 del 24 de enero de 2003) con el título entonces de El espíritu hernandiano (I): Que en las venas de la tierra se escogió. Para hacerse una idea del tono, basten estas palabras escogidas: “... un ciudadano de humilde extracción con un deseo intuitivo e irrefrenable de ser escritor, y que, en apenas cinco años... pasa del anonimato a erigirse en prototipo de poeta del pueblo, todo un símbolo que identifica vida y poesía”. Tan sólo la literatura pudo justificar una vida tan desgraciada en sí misma. Miguel Hernández quiso ser poeta, él se sabía poeta (María Zambrano, ya lo advertía en su carta a Ramón Pérez Álvarez de 11 de enero de 1979: si Federico García Lorca es el símbolo del poeta asesinado, Miguel lo es del hombre que no podía ser sino poeta). Luego la vida, tan desatenta, no quiso acompañarle, viéndose obligado a considerar “la literatura como antídoto de la desesperación”. Si como el toro nació para el luto y el dolor, con su instinto acertó a dejarnos un puñado de poemas que, todavía hoy, nos maravillan y conmueven. Quien sabe sentir, sabe decir, dejó escrito Unamuno, y, ciertamente, el oriolano sintió y dijo.
En la página 6 se reproduce, y es lástima que sólo en parte, nuestra entrada del miércoles 19 de septiembre pasado que titulamos El lápiz rojo. Y decimos que es lástima, pues tiene poco sentido insertar solamente nuestra glosa y no lo que realmente importa, a saber, el texto de periodista Manuel Cerezales, que fuera tan enérgicamente censurado en su día y que permaneció inédito hasta ahora en que ha sido rescatado del Archivo de Juan Guerrero Zamora. Hubiera bastado con anotar un enlace directo con la dirección electrónica de estos jardines, para que el lector interesado pueda conocer y juzgar un documento casi perdido.

A continuación, y entre las páginas 7-10, figura un artículo del propio Fernández Palmeral, Miguel Hernández en Juan Rejano, del que debemos, empleando aquello que se conoce como fuego amigo, anotar algunas imprecisiones, como por ejemplo que no son de Rejano los libros que se le atribuyen, Poesías de la guerra (1937) y Héroes del sur (1938), sino de Pedro Garfias, aunque de todos modos, y ya en el exilio, Garfias recogió su voz más comprometida en un nuevo libro que tituló Poesías de la guerra española (México : Ediciones Minerva, 1941), con prólogo, esta vez sí, de Juan Rejano, fechado en julio de 1941 y titulado Memoria de una poesía (p. 5-13) y viñeta en la cubierta de Miguel Prieto (este libro puede visitarse en la web del Centro Asturiano de México). Asimismo, publicó Garfias en México un breve libro titulado Elegía a la presa de Dniesprostroi (Ediciones Diálogo, 1943) que contenía 4 cantos: Oda a Stalingrado, A la muerte de José Díaz, Canto a Stalin, y el que daba título al libro. Así también nos parece que queda corto nuestro buen amigo Fernández Palmeral cuando menciona, sólo de pasada, que Rejano dirigió durante diez años la Revista Mexicana de Cultura. En 1947 se le encargó crear y dirigir esta revista, que no fue otra cosa que el suplemento dominical de cultura del periódico El Nacional, y que él, efectivamente dirigió con acierto entre 1947 y 1957, pero también desde 1969 hasta 1975, un año antes de su muerte. En él fue publicando su conocida sección CUADERNILLO DE SEÑALES, en la que dedicó, que sepamos, dos entregas a Miguel Hernández (el 27 de octubre 1942 y el 14 de diciembre 1952), que en su día recibimos para nuestra sección desde el Archivo Central del P.C.E y desde la Fundación Juan Rejano, en donde le homenajearon con una exposición de la que nos queda el magnífico catálogo Juan Rejano: memoria de un exilio (Ayuntamiento de Puente Genil, 2000), con acertadísimo texto de María Teresa Hernández Fernández, tal vez quien mejor conoce entre nosotros de su vida y obra. En cuanto al poema dedicado por Juan Rejano a la muerte de Miguel Hernández y que se reproduce en la revista, tan sólo indicar que, previamente a su inclusión en el Libro de los Homenajes (México: U.N.A.M., 1961) había aparecido en la revista editada en México por los exiliados afines al Partido Comunista de España (entre otros, Miguel Prieto, José Renau, Wenceslao Roces, Luisa Carnés, Pedro Garfias, Juan Rejano, Adolfo Sánchez Vázquez), y dirigida por Juan Vicens, Nuestro Tiempo: revista española de Cultura (año I, número 1, julio 1949, páginas 48-50). Algún día debemos conseguir una copia de la cinta que, procedente del Archivo Histórico de Radio España Independiente, fue entregada en los 80 en el Archivo Central del P.C.E.: en ella y precedida de unas palabras de Juan Rejano figura la voz de Miguel Hernández recitando la Canción del esposo soldado.
Bajo el epígrafe Hernandianos, y entre las páginas 11-13 figura la bibliografía dedicada a Miguel Hernández por el profesor Juan Cano Ballesta. Toda una vida.
Por último, figuran referencias al oriolano en el artículo (páginas 16-19) "Ilustres damas españolas: “Centenario del nacimiento de Carmen Conde Abellán (1907-2007)”, escrito por Manuel-Roberto Leonís.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Los sonetos taurinos de un arrebatado poeta


En nuestra rebusca, acabamos de adquirir en una librería de viejo y para nuestros fondos, la edición realizada por el poeta sevillano Rafael Montesinos (1920-2005), de su conocida y cuidada antología, POESÍA TAURINA CONTEMPORÁNEA (Barcelona : Editorial RM, 1960). En ella, y además de poemas de Manuel Machado, Fernando Villalón, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Rafael Morales, figuran unos pocos aunque escogidos de Miguel Hernández, entre las páginas 113-117. Se trata de los sonetos 14, 17, 23, 26 y 28 de El rayo que no cesa, y cuyos primeros versos son:

- Silencio de metal triste y sonoro
- El toro sabe al fin de la corrida
- Como el toro he nacido para el luto
- Por una senda van los hortelanos
- La muerte, toda llena de agujeros

La aparición de este bello libro fue, en su día, reseñada por Leopoldo de Luis para los Papeles de Son Armadans (año 7, tomo 25, n. 75 junio 1962, p. 338-340), anotando que para el poeta oriolano, el toro no fue otra cosa que el símbolo de un destino trágico, que él mismo llegó a identificar con su propio sino. Años después, este mismo crítico, en su artículo Miguel Hernández en julio de 1935: (El tema del toro) (Ínsula, n. 400-401, marzo-abril de 1980, p. 6) daba noticia de la consulta por él realizada en la Casona de Tudanca de los materiales hernandianos allí custodiados, concluyendo que los sonetos taurinos pudieron ser escritos durante el año 1935, coincidiendo con los trabajos relacionados con el tema, que Miguel Hernández realizaba entonces para José María de Cossío (debe recordarse la carta del 14 de julio de ese mismo año, del poeta a Cossío: Aquí me tiene usted rodeado de cuernos por todas partes).

Rafael Montesinos, poeta de estirpe becqueriana (para la misma editorial realizó, años más tarde, su indispensable Bécquer : biografía e imagen (Barcelona: RM, 1977), alentó durante años, y al amparo del Instituto de Cultura Hispánica, la Tertulia Literaria Hispanoamericana. Datos sobre su biografía pueden extraerse en el buen libro de Alberto Guallart, Rafael Montesinos: la memoria irreparable (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2007). En él hemos obtenido la fotografía que reproducimos y en cuyo pie se indica textualmente: Ante el nicho de Miguel Hernández. Alicante, 1959.

Merece la pena, hoy, rescatar del prólogo que escribiera para la Antología, las líneas que dedicó Montesinos a nuestro poeta, puede que las únicas (páginas 26-28):


Colofón genial y malogrado de la Generación del 27 es el arrebatado poeta Miguel Hernández. Allá en sus años niños, Miguel pastoreó el ganado paterno por los paisajes orcelitanos, y aquella directísima y auténtica comunión con la Naturaleza imprimió a su verso esa bronca personalidad, esa rudeza suya tan poética e inconfundible. Su mejor poesía es como un toro furioso que, desmandado e incontenible, se le escapa del pecho; un vendaval sonoro que nos gana desde el primer momento, arrastrándonos a las más insospechadas lejanías.
Que no se pierda esta voz, este acento, este aliento joven de España, dijo Juan Ramón Jiménez al enfrentarse con la poesía de Miguel Hernández. Y el eco de aquella voz –su espíritu humanísimo, más que su acento—perdura aún en las jóvenes generaciones de poetas. Es verdad, tanta humanidad trajo Miguel Hernández a la poesía de nuestro tiempo que hasta el toro llora humanamente por el hondón de su verso, olvidando que es toro y masculino.
Tempranamente tocó el gran poeta el tema del toro. Dos de sus primeros poemas se llaman precisamente Corrida Real y Citación fatal. Son unos poemas éstos donde la fiesta, descrita minuciosamente, está tratada desde el exterior, con tintas planas de cartel de toro, con pinceladas suaves y diluidas, lejos aún de esos colores fuertes y sombríos, de esos enérgicos golpes de espátula que iban a formar, con el tiempo, la personalidad arrolladora e inconfundible de Miguel Hernández.
Dada la rapidísima y prodigiosa formación del poeta, tanta es la distancia que media entre esos primerísimos versos suyos y los sonetos de El rayo que no cesa, que nos hemos atrevido a hermanarlos en las páginas de este libro.
No es necesario comentar los cinco geniales sonetos de Miguel Hernández que hemos seleccionado para nuestra antología. Desde el primero, esa prodigiosa estampa de toro encelado, cubriendo de amorosas y cálidas cornadas los trebolares tiernos, hasta el último, donde el poeta invita a la muerte –que acudió, vaya que si acudió—a pastar la trágica grama de su propio corazón, el lector podrá apreciar la gran fuerza de este extraordinario poeta español de sino trágico, tempranamente muerto cuando más se esperaba de su portentosa voz.
Para vaticinar su destino, Miguel Hernández quiso usar, como había hecho antes tantas veces, imágenes y alusiones taurinas:

De sangre en sangre vengo,
como el mar de ola en ola,
de color de amapola el alma tengo,
y amapola sin suerte es mi destino,
y llego de amapola en amapola
a dar en la cornada de mi sino