viernes, 2 de noviembre de 2007

Los sonetos taurinos de un arrebatado poeta


En nuestra rebusca, acabamos de adquirir en una librería de viejo y para nuestros fondos, la edición realizada por el poeta sevillano Rafael Montesinos (1920-2005), de su conocida y cuidada antología, POESÍA TAURINA CONTEMPORÁNEA (Barcelona : Editorial RM, 1960). En ella, y además de poemas de Manuel Machado, Fernando Villalón, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Rafael Morales, figuran unos pocos aunque escogidos de Miguel Hernández, entre las páginas 113-117. Se trata de los sonetos 14, 17, 23, 26 y 28 de El rayo que no cesa, y cuyos primeros versos son:

- Silencio de metal triste y sonoro
- El toro sabe al fin de la corrida
- Como el toro he nacido para el luto
- Por una senda van los hortelanos
- La muerte, toda llena de agujeros

La aparición de este bello libro fue, en su día, reseñada por Leopoldo de Luis para los Papeles de Son Armadans (año 7, tomo 25, n. 75 junio 1962, p. 338-340), anotando que para el poeta oriolano, el toro no fue otra cosa que el símbolo de un destino trágico, que él mismo llegó a identificar con su propio sino. Años después, este mismo crítico, en su artículo Miguel Hernández en julio de 1935: (El tema del toro) (Ínsula, n. 400-401, marzo-abril de 1980, p. 6) daba noticia de la consulta por él realizada en la Casona de Tudanca de los materiales hernandianos allí custodiados, concluyendo que los sonetos taurinos pudieron ser escritos durante el año 1935, coincidiendo con los trabajos relacionados con el tema, que Miguel Hernández realizaba entonces para José María de Cossío (debe recordarse la carta del 14 de julio de ese mismo año, del poeta a Cossío: Aquí me tiene usted rodeado de cuernos por todas partes).

Rafael Montesinos, poeta de estirpe becqueriana (para la misma editorial realizó, años más tarde, su indispensable Bécquer : biografía e imagen (Barcelona: RM, 1977), alentó durante años, y al amparo del Instituto de Cultura Hispánica, la Tertulia Literaria Hispanoamericana. Datos sobre su biografía pueden extraerse en el buen libro de Alberto Guallart, Rafael Montesinos: la memoria irreparable (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2007). En él hemos obtenido la fotografía que reproducimos y en cuyo pie se indica textualmente: Ante el nicho de Miguel Hernández. Alicante, 1959.

Merece la pena, hoy, rescatar del prólogo que escribiera para la Antología, las líneas que dedicó Montesinos a nuestro poeta, puede que las únicas (páginas 26-28):


Colofón genial y malogrado de la Generación del 27 es el arrebatado poeta Miguel Hernández. Allá en sus años niños, Miguel pastoreó el ganado paterno por los paisajes orcelitanos, y aquella directísima y auténtica comunión con la Naturaleza imprimió a su verso esa bronca personalidad, esa rudeza suya tan poética e inconfundible. Su mejor poesía es como un toro furioso que, desmandado e incontenible, se le escapa del pecho; un vendaval sonoro que nos gana desde el primer momento, arrastrándonos a las más insospechadas lejanías.
Que no se pierda esta voz, este acento, este aliento joven de España, dijo Juan Ramón Jiménez al enfrentarse con la poesía de Miguel Hernández. Y el eco de aquella voz –su espíritu humanísimo, más que su acento—perdura aún en las jóvenes generaciones de poetas. Es verdad, tanta humanidad trajo Miguel Hernández a la poesía de nuestro tiempo que hasta el toro llora humanamente por el hondón de su verso, olvidando que es toro y masculino.
Tempranamente tocó el gran poeta el tema del toro. Dos de sus primeros poemas se llaman precisamente Corrida Real y Citación fatal. Son unos poemas éstos donde la fiesta, descrita minuciosamente, está tratada desde el exterior, con tintas planas de cartel de toro, con pinceladas suaves y diluidas, lejos aún de esos colores fuertes y sombríos, de esos enérgicos golpes de espátula que iban a formar, con el tiempo, la personalidad arrolladora e inconfundible de Miguel Hernández.
Dada la rapidísima y prodigiosa formación del poeta, tanta es la distancia que media entre esos primerísimos versos suyos y los sonetos de El rayo que no cesa, que nos hemos atrevido a hermanarlos en las páginas de este libro.
No es necesario comentar los cinco geniales sonetos de Miguel Hernández que hemos seleccionado para nuestra antología. Desde el primero, esa prodigiosa estampa de toro encelado, cubriendo de amorosas y cálidas cornadas los trebolares tiernos, hasta el último, donde el poeta invita a la muerte –que acudió, vaya que si acudió—a pastar la trágica grama de su propio corazón, el lector podrá apreciar la gran fuerza de este extraordinario poeta español de sino trágico, tempranamente muerto cuando más se esperaba de su portentosa voz.
Para vaticinar su destino, Miguel Hernández quiso usar, como había hecho antes tantas veces, imágenes y alusiones taurinas:

De sangre en sangre vengo,
como el mar de ola en ola,
de color de amapola el alma tengo,
y amapola sin suerte es mi destino,
y llego de amapola en amapola
a dar en la cornada de mi sino

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