Repasando en la segunda entrega de las memorias políticas de Alfonso Guerra, Dejando atrás los vientos : memorias (1982-1991), hemos localizado el capítulo titulado “Sonetos en la Casa Cuna” (p. 261-266), en el que, quien fuera Vicepresidente del Gobierno, nos habla de Miguel Hernández. Aunque no se dan datos ni indicación de la fecha, resulta fácil adivinar que, con el texto, se refiere a la visita realizada el 30 de octubre de 1986 a Alicante, invitado por el entonces Presidente de la Diputación alicantina, Antonio Fernández Valenzuela, para presentar el libro Veinticuatro sonetos inéditos de Miguel Hernández, impreso por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, y con edición literaria del profesor de la Universidad de Alicante, José Carlos Rovira. La consulta de la prensa de los días 23 al 30 de octubre de aquel año es reflejo del evidente sesgo político que adquirió la celebración de aquel acto, que en principio se suponía literario y cultural y que llegó a enfrentar abiertamente en columnas de opinión a Fernández Valenzuela y Rovira. Así, hemos sabido que, formando parte de unas Jornadas Culturales Valencianas en la Academia de España en Roma, el 23 de octubre fue presentado el facsímil del hernandiano Cuaderno del Cancionero y Romancero de ausencias, que había editado asimismo el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, con una intervención del Presidente de la Diputación, y que reproducía el diario Información en su edición del martes 28 (“El Cancionero de Miguel Hernández: razones de una edición”).
En este texto, y aunque cuesta creerlo, no se cita por ningún lado al editor literario de aquella recuperación, y que no era otro que el ya citado profesor Rovira, de forma y manera que la respuesta de éste no se hizo esperar: en los diarios La Verdad e Información de Alicante del día 30 de octubre, el mismo en el que se iba a celebrar la presentación del libro, aparecía su réplica titulada “Textos de Hernández: razones de una edición”, y en la que abiertamente mostraba su disconformidad con este tipo de celebraciones “rituales, ceremoniales, en las que algún político oficia de recuperador histórico de alguien al que, ya la cultura del antifranquismo, o la crítica literaria y, con ella, la historia esencial de la literatura, han recuperado suficientemente. Son parte de la propaganda electoral y rechazo su sentido”. Rovira, en consecuencia con estas palabras, no asistió al acto celebrado en el Hogar Provincial de Alicante aquel 30 de octubre de 1986 (76 aniversario del nacimiento de Miguel Hernández), a las 13 horas. Incluso se insistió esos días en el comentario de que hubo intentos de eliminar su nombre de la portada. Unos meses después, en su conferencia “De inéditos y otras ausencias hernandianas” (dentro del Homenaje a Miguel Hernández en el XLV aniversario de su muerte, celebrado en la Biblioteca Nacional de Madrid el 26 de marzo de 1987) volvía a insistir en ello:
“Quiero decir que Hernández tuvo una lectura apasionada durante muchos años, una lectura cuyo objetivo era la recuperación, en un ámbito social, de un poeta sobre el que pesaban todos los mecanismos de prohibición y silencio. Su vinculación histórica a la defensa de la República a lo largo de la guerra civil, su muerte en la cárcel en la primera posguerra, han sido elementos esenciales en la aproximación al poeta. En nuestra conciencia operaban de una forma determinante todos estos datos biográficos durante muchos años, condicionando la urgente aproximación a sus textos. El tiempo y el final de las circunstancias históricas que hicieron del poeta una referencia básica de nuestra cultura resistencial, ha planteado una exigencia nueva en relación a su lectura. Hernández es ya, afortunadamente cada vez más, un problema de la crítica y de la historia literaria, con lo que se va clarificando la dimensión de su obra, su ejemplaridad y su valor. La preocupación sobre la persistencia de apasionamientos que distorsionan la lectura, cuestión que tuve ocasión de señalar en un trabajo de hace diez años, se ve sucedida ahora por otra preocupación que pude indicar hace unos meses, cuando presentaron esta edición de inéditos al máximo nivel de presencias políticas, en un acto en Alicante: dije entonces, desde la prensa, puesto que no estaba presente en aquel festejo, que Hernández ya había sido recuperado suficientemente por la crítica literaria y la cultura del antifranquismo, que nadie por tanto tenía que rescatarlo de nuevo y que determinadas presentaciones son parte de la propaganda política y considero rechazable su sentido. E insisto de nuevo sobre ello porque ha llegado la hora de considerar al poeta un problema de la historia de la cultura. Creo, en cualquier caso, en los actos y adhesiones populares que su obra concita, porque fue su voluntad literaria escribir para el pueblo. Pero desconfío de otro tipo de aproximaciones oficiales ahora, que pueden distorsionar tanto como las antiguas persecuciones oficiales.”
De todos modos, en el texto (que merece ser leído) del ahora Presidente de la Fundación Pablo Iglesias, Alfonso Guerra, no escasean las referencias a la suerte de Miguel Hernández después de su muerte y a las circunstancias políticas que impidieron la edición de su obra, lo que explicaba, según él y de algún modo, que tantos años después continuaran existiendo inéditos del poeta. A partir de aquí, su escrito más parece un acomodo de las cuartillas que aquel día debió leer en su presentación, encontrando similitudes, letra por letra, entre lo que ahora se cuenta y las referencias que entrecomillaba la prensa en su referencia del acto. Su lectura de los sonetos es atinada, siguiendo la estela de los datos aportados en el prólogo por José Carlos Rovira (“Ingenuidad y belleza en los primeros sonetos”), y que él debió conocer con tiempo. Nos dice:
“Miguel, como tantos otros, fue víctima del odio cruel y fratricida. A sus treinta y dos años dejó una obra irrepetible y universal. Sus verdugos serán olvidados y despreciados por su pueblo, y Miguel seguirá vivo en sus versos cantando al huerto y a la higuera, a las aladas almas de las rosas, hablando a cada ser humano de compañero a compañero”
Tal vez convenga, por lo aquí relatado, extraer una lección, o si se quiere, un estrambote, ya que de sonetos hablamos: el único campo de batalla en el que se miden los poetas debería ser el de sus versos.
Procedencia de las imágenes:
1.- Sobrecubierta del libro: Dejando atrás los vientos: memorias (1982-1991) / Alfonso Guerra. – Pozuelo de Alarcón (Madrid) : Espasa Calpe, 2006. – ISBN 84-670-2107-1
2.- Cubierta del libro: Veinticuatro sonetos inéditos / Miguel Hernández ; edición de José Carlos Rovira. – Alicante : Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1986. – ISBN 84-505-4066-6
3.- Recorte de prensa: Diario Información. – Alicante. – (Miércoles 29 de octubre de 1986) ; p. 40
1.- Sobrecubierta del libro: Dejando atrás los vientos: memorias (1982-1991) / Alfonso Guerra. – Pozuelo de Alarcón (Madrid) : Espasa Calpe, 2006. – ISBN 84-670-2107-1
2.- Cubierta del libro: Veinticuatro sonetos inéditos / Miguel Hernández ; edición de José Carlos Rovira. – Alicante : Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1986. – ISBN 84-505-4066-6
3.- Recorte de prensa: Diario Información. – Alicante. – (Miércoles 29 de octubre de 1986) ; p. 40
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